Soy canario

Ser canario es preguntar qué tiempo hace cuando te llama alguien, y si nos cuentan que hace frío, mejor; es pedir que nos digan si está despejado en Madrid, Londres o Santiago de Chile, solo por saberlo, simple y prescindible curiosidad porque obviamente no tenemos intención de ir a comprobarlo

Ser canario es preguntar qué tiempo hace cuando te llama alguien, y si nos cuentan que hace frío, mejor; es pedir que nos digan si está despejado en Madrid, Londres o Santiago de Chile, solo por saberlo, simple y prescindible curiosidad porque obviamente no tenemos intención de ir a comprobarlo. Ser canario es el vicio de bajarnos la temperatura, exagerar el frío, llover mal, caer cuatro gotas, tres charcos y preguntar si abrirán los colegios. Ser canario es empezar las conversaciones telefónicas preguntando qué pasó o, en su defecto, ¿pasó algo?; es vivir, a la vista está, con la cabeza en una alarma tan permanente como gratuita, ponerse siempre en lo peor y asustar a quienes, no siendo canarios, se acojonan al escuchar el litúrgico qué pasó. Ser canario es ir por los aeropuertos sintiéndose examinado, disimulando el mal rato, procurando que nadie caiga en que estamos perdidos.

Ser canario es necesitar el mar pero, salvo en agosto, darnos dos o tres baños al año porque, decimos, todavía hace frío. Ser canario es coger sitio, mesa, hamaca o silla horas antes de que empiece el baile, de bajar a la playa o de que pase la cabalgata; es descubrir en las esquelas que Pepe no se llamaba José sino Aurelio, dejar de salir en carnavales porque la edad pesa y decir que esto ya no es lo que era, tener el mejor clima del mundo en las ciudades más vacías del planeta, entrar en el mar de puntillas porque pretendemos bañarnos sin mojarnos, ir por la calle cruzándonos con gente en cholas y camisetas y, misma hora, misma temperatura, también con botas y chaquetones. Ser canario es una forma de ser y estar; ni mejor ni peor que otras formas, pero sí diferente.

TE PUEDE INTERESAR