Acuerdos, entendimiento e interés general

No parece razonable que el único hilo conductor de la vida política sea la confrontación, por más que obviamente la discusión, el debate y la crítica sean elementos básicos de la vida política democrática

El 26-J de 2016 es una fecha histórica para la historia política española. Tras décadas de mayorías absolutas, el pluralismo reinante en la sociedad española, alumbrado en las elecciones del 20-D de 2015, ha hecho acto de presencia en las urnas y ahora, porque es impensable una nueva convocatoria electoral, no cabe más remedio que buscar acuerdos, que practicar la metodología del entendimiento. En efecto, el instrumento de solución de los conflictos en la sociedad democrática debe ser el consenso. No parece razonable que el único hilo conductor de la vida política sea la confrontación, por más que obviamente la discusión, el debate y la crítica sean elementos básicos de la vida política democrática. Sin acuerdos fundamentales y profundos no puede establecerse una vida política realmente democrática y es lo que ahora esperamos los españoles. El acuerdo, el pacto, el consenso, son momentos del diálogo, no son ni su estado ideal, ni su conclusión. El consenso, el acuerdo, son una etapa del diálogo, pero lo son también el disenso, la divergencia, la discusión, la ruptura, la desavenencia, y la recuperación de la concordia. Todas ellas son fases del diálogo y todas fases igualmente valiosas. Pero lo fundamental, lo principal, no es que los interlocutores se pongan de acuerdo en todo -ni en casi todo, ni siquiera en la mayor parte de los temas-, sino que respeten -y tengan permanentemente presente- el acuerdo básico que hace posible el diálogo, que los convierte en interlocutores, en conciudadanos. Y que, en el caso presente, les permita buscar una solución a la gobernabilidad del país porque es un derecho de los ciudadanos y porque es una obligación de los parlamentarios que hemos elegido el 26-J. Desde luego, hay muchos asuntos y cuestiones que unen, más que los que separan. No es incompatible, ni contradictorio, afirmar la categoría suprema del consenso básico, en muchos sentidos metapolítico, sobre el que ha de asentarse la vida democrática, y al mismo tiempo, el carácter ineludible de las confrontaciones que el juego político produce. Estas confrontaciones no serían posibles sin aquel consenso. Hoy precisamente el consenso básico que permita que España tenga un Gobierno estable y que esté en condiciones de trabajar por el interés general. Unos y otros tendrán que ceder, unos y otros tendrán que anteponer a sus legítimos intereses el bien supremo de la centralidad de la dignidad humana y, por ello, la necesidad de acometer políticas dirigidas a la mejora de las condiciones de vida de los españoles, no precisamente en estos tiempos boyantes. Esperemos que estén a la altura de las circunstancias y que sean capaces de converger en lo esencial en este momento. Para eso los elegimos. No para que veten, para que se entiendan.

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