A la caza del pokémon – Juan Pedro Rivero González

El homo ludens que somos necesita del entretenimiento y el juego; del ocio que nos ayuda a descansar cambiando de actividad

Buscando y cazando pokémon. El juego en red del verano. En busca y captura de estos protagonistas de ciencia ficción de aquel juego de cartas de décadas anteriores. “¡Venusaur, Charizard, Blastoise, Pikachu, y otros muchos Pokémon se han descubierto en el planeta Tierra! Ahora es tu oportunidad para descubrir y capturar a los Pokémon a tu alrededor: así que ponte los zapatos, sal, y explora el mundo. Te unirás a uno de los tres equipos y combatirás por el prestigio y la propiedad de los Gimnasios con tu Pokémon a tu lado”. Y salimos en su busca. Y hasta la Dirección General de Tráfico nos previene que durante la conducción evitemos el juego. Es un tema relevante.

El homo ludens que somos necesita del entretenimiento y el juego; del ocio que nos ayuda a descansar cambiando de actividad. Un muñeco puede ser objeto de afición. Nos sitúa en el grupo de cazadores de la tribu, y nos hace capaces de despertar la sagacidad y astucia en la captura. Nuestro ancestral origen se despierta en esta lucha virtual que circunda toda la faz de la tierra. Ah, claro; hemos de activar nuestro localizador en el móvil. Los ingenieros diseñadores del juego nos tendrán localizados y sabrán de nuestras aficiones y movimientos. Conocerán nuestros gustos y nuestra capacidad de actividad. ¿Será tan inocente el juego? ¿Tendrá alguna repercusión para nosotros en el futuro?

Por ahora, quien escribe prefiere jugar en el ámbito de lo real. Prefiere que sea su libre albedrío el que decida dónde localizar geográficamente su humana realidad. Y leer lo que decida, y decidir dónde ir y de dónde volver. Son aspectos que no necesitan localizador. Sin embargo hemos de reconocer la extraordinaria creatividad de los creadores del Pokémon Go.

El hecho de buscar, encontrar y conseguir es extraordinariamente exitante para nuestra psicología. Podríamos definirnos como homo quaerenti, o aquel que se identifica en buscar: el buscador. Efecto de nuestra naturaleza inteligente que se pregunta por las cosas y desea encontrar respuestas. Buscamos saber y se convierte en conocimiento en un valor; buscamos saber hacer y se convierte el trabajo en un valor; buscamos a quien amar y se convierte el otro en un valor. No nos contentamos con lograr y encontrar cosas; anhelamos un encuentro grande tras una búsqueda definitiva.

¿Y si, apelando al realismo, nos animáramos a otro juego? Lo llamaría “God Go”, y consistiría en descubrirle donde dijo que estaría (Mt 25, 31-46). Y corretearíamos sin desfallecer en busca de quien tiene hambre y sed, está enfermo en la cárcel, es forastero o refugiado…
Y llenaríamos nuestra App de presencias reales y el Cielo de tesoros.

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