El mundo feliz

Se llaman Sidore y Elena y comparten un triángulo amoroso con un tal Davecat, aunque no por ello el dicho individuo es acusado de bigamia

Se llaman Sidore y Elena y comparten un triángulo amoroso con un tal Davecat, aunque no por ello el dicho individuo es acusado de bigamia. Mas eso no es lo relevante, lo primordial es que son de una belleza inaudita; una con pechos esplendorosos, otra sutiles, ambas con un rostro impecable, ojos esplendorosos, curvas de escándalo y traseros a respetar. Ambas se complementan; lo que la una considera la otra oculta eficazmente. Son el enunciado de una relación personal y sexual sin mácula y duradera. De manera que Sidore y Elena confirman lo que algunos individuos se otorgan, por más los que las pueden pagar, cual sabemos. Luego, lo que no escatima esa imagen es un modelo de mujer. Lo que encierran esas criaturas es lo que las mentes raquíticas, caprichosas y machistas promulgan de las chicas. Es decir, portentosa nena de uso y si es doble mejor. Sidore y Elena muestran esa medida. Por eso fueron creadas así. Simulan piel, aparentan cuerpos, cuentan con órganos sexuales (claro)… Son de plástico. Luego, si suponemos que no hablan como las personas, confirmamos que el tal Davecat las escucha, que le comunican lo que precisa que le respondan. Igual que le regalan prácticas adecuadas en la cama.

Un vasto experimento que el inventor ufano da a conocer al mundo. Y en su cerebro bulle la calamidad de creer y confirmar que en 50 años (acaso sean menos), el “amor sintético” será normal.

Digamos que el onanismo comienza a ponerse al alcance de los tiempos, como la era digital. Ya no fantasean los chicos y las chicas en soledad sobre lo que no se puede alcanzar o sobre lo que se desea. Basta con unos cientos de euros (ahorrados con esfuerzo según los casos) para convertir en tangible el ansia. Incluso la figura tal puede tener la forma de quien la representa; con los arreglos oportunos, sin duda, para que no haya borrón, porque los sueños sueños son.

El mundo parece confirmarse en semejante desproporción. Ya no viene a cuento aquel chiste de Zero Mostel en la película de Richard Lester Golfus de Roma, “joven, bella, rica y no habla”. Ahora la industria las complementa con delicadeza. Ya no es necesario compartir la diferencia, el respeto, la complementariedad, la complicidad, el afecto…, en subvertir el presente con futuro e integridad. Ahora cuenta el remedo, algo que invierte el problema de la felicidad. No hay contratiempos. Mundo feliz que el novelista británico Aldous Huxley proclamó a principios de los años 30 para desgracia de los hombres.

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