Gallito, mosca o volante

Ser español nunca ha sido fácil. No lo fue antes de diciembre de 2015 y tampoco después, instalados como estamos en los servicios mínimos de la interinidad

Ser español nunca ha sido fácil. No lo fue antes de diciembre de 2015 y tampoco después, instalados como estamos en los servicios mínimos de la interinidad. Siempre ha sido bastante difícil ejercer patriótica, dócil y entregadamente, con la pasión que se nos presume. Ser español no es tarea sencilla; por ejemplo, cuando otros españoles se especializan en deportes tan olímpicos como raros y debemos animarlos desde casa sin saber qué demonios queremos que ocurra o deje de ocurrir -qué interesa, o qué no- cuando una piragüista baja por un canal de aguas bravas lleno de palos, puertas por las que no sabemos si deben pasar o no. Desconocemos si deben cruzarlas por un lado o por otro, o evitarlas. Ignoramos si tienen que rodearlas o esquivarlas, si en el sentido de la corriente o remontando. Sentados frente a la tele queremos ayudar a la piragüista, pero no sabemos cómo porque desconocemos qué carajo está haciendo con la canoa o qué quiere hacer con su kayak; lo ignoramos todo, y así no hay forma de animar, de tal manera que celebras lo que los jueces penalizan y al revés. Aún así, por seguirle la pose a los comentaristas haces como que estás familiarizado con un deporte con el que tienes la misma relación que con la termodinámica; y, por no quedarte corto, celebras la medalla como si te importara una disciplina que desaparecerá de la realidad cuando la campeona baje del podio. No, nunca fue sencillo ser español. Tampoco cuando se sigue la final de bádminton. Exigente, sin duda. Estéticamente llamativo, cierto, pero no se sabe -porque no se ve- dónde está el gallito, mosca o volante -la pelota, vaya-; y así no hay quien sufra con algo de sentido. No, no es fácil ser español cuando se celebran los Juegos Olímpicos.

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