Morir no es un placer

Betsy Davis ha muerto por voluntad propia en una fiesta organizada para despedirse, rodeada de amigos a los que prohibió llorar y contemplando una puesta de sol mientras ingería un brebajeque paralizó su corazón

Betsy Davis ha muerto por voluntad propia en una fiesta organizada para despedirse, rodeada de amigos a los que prohibió llorar y contemplando una puesta de sol mientras ingería un brebajeque paralizó su corazón. Quería esa muerte dulce para escapar de la ELA, un monstruo con forma de enfermedad degenerativa que desgarra los nervios hasta impedir todo movimiento.

Le esperaba una muerte aterradora, estaremos de acuerdo.Aunque da igual que se la ornamente con sonrisas y toneladas de esperanza: la muerte es siempre una putada. Contemplada a ras de tierra, es el fracaso definitivo del ser humano, envalentonado por tantas conquistas y finalmente humillado hasta comer el polvo. Literalmente.

Betsy era una brillante artista de 41 años. Es sencillo imaginar lo que pasó por su cabeza cuando se acogió a la Ley de Opciones al Final de la Vida, recién instaurada en California. Suicidio asistido o eutanasia autoinfligida, lo llaman algunos.

Entender no es compartir ni defender ni promover. Es fácil entender a Betsy, pero no sería tan sencillo para la sociedad asumir las consecuencias de que las personas puedan adelantar el momento de su desaparición, presuntamente con absoluta libertad. La experiencia en algunos países nórdicos es catastrófica.

Al respecto, sólo repito las palabras que oí a undoctortinerfeño pionero en cuidados paliativos: “Al hospital lleganpacientes queriendo morir. Después de recibir remedios médicos y cuidado psicológico, ni uno solo me ha pedido que lo matemos”.

Sea como sea, mi reflexión es que la muerte no es una fiesta. Cierto que no es unatragedia irreparable, pero se parece poco a un guateque. Me resulta perverso intentar convertir el negro en blanco. Disfrazar la muerte es como darse por vencido, es como vestirla de camuflaje para que no dé miedito.

Buscar una alfombra roja sobre la que dejar de respirar al calor de las cámaras me recuerda al niño que confía en el poder de la bombilla de su habitación para espantar a los monstruos. Pero este monstruo llega, indefectiblemente llega. Los cristianos nos rebelamos contra la muerte y no es una sublevación estéril niuna rabieta infantil e inútil. No es eso. La rebeldía de un creyente en Cristo nace de la certeza de que la tumba no tiene la última palabra porque Dios no quiere la muerte, de la seguridad en que la vida es para siempre.

Yo no le haría un homenaje a la muerte porque, ocurra como ocurra, no tiene nada de digna. Yo intentaría indagar por qué hay gente que se queda sin razones para vivir. Y cuestionaría los cuidados que se prestan a los que ya se apagan. Y me plantearía qué madurez tiene una sociedad que huye de la certeza de la muerte, que la aparta y la convierte en una mamarracha disfrazada de “no pasa nada” convocando a la verbena del pueblo.

Morir no es un placer: es un fracaso con fecha de caducidad que invita a tomarse en serio la vida. Vivir es elegir a Dios y dar de lado a una noche eterna.

@karmelojph

TE PUEDE INTERESAR