A usted no hay quien lo entienda

Un amable y desocupado lector me aborda a la entrada del BBVA, en la calle Quintana con la de Santo Domingo, en el Puerto. Y me dice que me lee todos los días (ya son ganas) y que lo desconcierto

Un amable y desocupado lector me aborda a la entrada del BBVA, en la calle Quintana con la de Santo Domingo, en el Puerto. Y me dice que me lee todos los días (ya son ganas) y que lo desconcierto. Cuando le pregunto el motivo, cuenta que unas veces digo que tengo ganas de escribir y otras que no. Bueno, es verdad, unas veces me apetece y otras menos, ¿qué tiene esto de raro? Al fondo, su mujer alza la voz para aconsejarme: “Escriba usted de política y cuente lo que está pasando”. Pero, señora, si no hago otra cosa. Mas cuando escribo de política los lectores se me echan encima para pedirme que cuente cosas graciosas y que deje solos a esos corruptos. Dios santo, ¿qué hago? Esto de asomarse todos los días a un escaparate ante el que pasa tanta gente es muy molestoso. Pero yo lo elegí. Pude haber rectificado, en tiempos de la UCD, cuando los locutores famosos de la televisión -como yo lo era, en Canarias- se echaban fuera del medio y se convertían en asesores de empresas, con sueldos millonarios. Pero yo seguí en la trinchera porque, en el fondo, me va la marcha y no me gusta mucho hacer la pelota a nadie, más bien lo contrario. Quizá por eso tengo tan pocos amigos que hasta Vicentito Álvarez Gil y su fiera se me han revirado los puñeteros. Es mi sino, pelearme con todo el mundo, a veces hasta sin querer. Porque si me preguntan el motivo de esto último, no lo recuerdo. Una vez estaba enfadado con Elfidio Alonso por alguna idiotez, me lo encontré en el Mencey y nos dimos un abrazo, abrazo que permanece. No hubo nunca motivo.

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