La Seat

En mi azarosa vida he llegado a vender hasta aviones, pero de la operación periodística y comercial que me siento más satisfecho es la de haber ayudado a introducir la Seat en Canarias.

En mi azarosa vida he llegado a vender hasta aviones, pero de la operación periodística y comercial que me siento más satisfecho es la de haber ayudado a introducir la Seat en Canarias. Fue en los tiempos de mi amigo Pepe Gómez Mar, el hombre que puso a Seat en nuestro mercado. Pepe era jefe de prensa de Seat; en realidad, mucho más. Recuerdo que escribí en la revista de la compañía -una pena, el artículo se ha escurrido en alguna mudanza- que el mercado canario, inundado por marcas internacionales de prestigio, despreciaba a la compañía española. Pero presentamos el 127 en Lanzarote, en la noche de los tiempos, y otros modelos en Tenerife. Y con los cambios de concesionarios la empresa comenzó a vender en el Archipiélago, al principio tímidamente y después en aluvión. Incluso llegamos a dar un opíparo almuerzo en el Castillo de San Miguel, en Garachico, y regalamos objetos de plata a los periodistas españoles invitados. Lo sirvió el hotel Botánico; lamento no recordar la fecha, puede que Carlos Acosta García, cronista perpetuo de la Villa y Puerto, la memorice. La empresa española llegó a interesarse, para su fabricación, por un Mitsubishi Minica que yo tenía, uno de los pocos ejemplares que llegaron a Canarias. Y me lo pidió y me dijo que a cambio podía quedarme con cualquier coche de la marca. Lo cambié por un Panda, preparado especialmente para mí: color, motor, llantas, gomas.

Qué tiempos. Esto lo sabe poca gente y Pepe Gómez Mar y Francisco Hernández, el Pichote, ya no están entre nosotros. Qué pena, sólo quedo yo, porque hasta Cansino, periodista y amigo, que condujo a toda velocidad un 127 por toda la isla de Lanzarote, se nos fue. Le pregunté: “¿Tú tienes carné, no, Paco?”. Y me respondió: “No”. Casi me da un infarto, pero eran otros tiempos.

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