Marina

Las Sirenas emergen de las aguas y sus cabezas, por unos instantes, se coronan de blancas diademas de espuma. Los delfines les saludan con grititos de infantil alegría mientras retozan, rozando peligrosamente los escollos.

Las Sirenas emergen de las aguas y sus cabezas, por unos instantes, se coronan de blancas diademas de espuma. Los delfines les saludan con grititos de infantil alegría mientras retozan, rozando peligrosamente los escollos.

En el arrecife las burbujeantes olas hacen cosquillas a moluscos y crustáceos, algas y alevines, que se esconden en cuevas y depresiones de las rocas, en un intento vano de eludir los embates del océano. El mar siempre vence.

En un promontorio, el faro soñoliento tras una noche de tarea haciendo guiños a los marinos, descansa mientras sus cristales envían mensaje en morse a los bañistas, advirtiéndoles de los peligros del amor.
Las nubes, oscuras, envidiosas de las ninfas marinas y de sus juegos, tapan el sol, evitando así que la estrella se enamore del mar.
Mientras, los callados peces insisten en su deambular continuo, arriba y abajo, izquierda y derecha, devorando kilómetros en las oscuras autopistas de las profundidades.

En las ruinas del viejo alcázar crecen varias palmeras, con muchas hojas secas que caen, péndulas, ante la falta de brisa, y muestran orgullosas los gruesos y amarillos racimos de dátiles, donde las palomas y las tórtolas picotean los frutos maduros y las hormigas se deleitan con el néctar que de ellos se desprende.

Dos o tres de los ovoides frutos se separan del resto de sus abigarrados hermanos, cayendo desde lo alto y, tecleando con ritmo, caen sobre las piedras de la ruinosa fortaleza hasta las frías aguas, allá abajo, meciéndose en ellas con su vaivén, como niños en columpios.
Blancas gaviotas sobrevuelan el castillo donde, entra ladroneras y matacanes, entre almenas y baluartes, tienen sus nidos. Sus polluelos, de esta manera, se duermen con el murmullo de las olas y no molestan en la noche a sus progenitores.
Cuando aparece la brisa del mar, también ésta juega con las aves al escondite cruzando rauda entre el foso y la torre del homenaje, o entre las aspilleras, más delgadas, que obligan a las gaviotas a realizar difíciles y complicadas maniobras de vuelo si quieren alcanzarla. Cosa que, en efecto, nunca consiguen. Pero se divierten y divierten a las azules ondas marinas que no les quitan de encima sus líquidos ojos de zafiros orientales.

Entre ellos, entre sirenas, delfines, gaviotas, palmeras, brisa y olas se establece una red de palabras sin voz, una sintonía de risas y gritos, cuyos ecos rebotan en las murallas y en los acantilados para luego, lentamente, perderse en el mar, hacía el horizonte, en un lenguaje de otro mundo, de otro planeta que, tal vez, solo lo entienda la materia oscura.

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