Mi vieja Underwood

En la noche de los tiempos, don Jacobo Ahlers, a la sazón cónsul alemán, le regaló a mi abuelo Pedro, que era su hombre de absoluta confianza, una máquina de escribir portátil americana, una Underwood. Esa máquina tiene mucha culpa de que yo sea periodista.

En la noche de los tiempos, don Jacobo Ahlers, a la sazón cónsul alemán, le regaló a mi abuelo Pedro, que era su hombre de absoluta confianza, una máquina de escribir portátil americana, una Underwood. Esa máquina tiene mucha culpa de que yo sea periodista. Años más tarde, mi abuelo me dejó usarla -estaba impoluta- y hoy todavía es pieza de mi propia historia. Con ella, con 14 años, comencé a escribir mis primeros artículos, que conservo en tomos y que se referían a andanzas de los miembros de mi familia, contados con humor y que eran devorados por mis padres, abuelos, tíos y hasta por mis hermanos, que apenas eran unos niños en esa época.

El otro día, viendo un programa de televisión de esos cazatesoros que van por los Estados Unidos en busca de reliquias, me di cuenta de que estimaban como un gran hallazgo una máquina portátil marca Corona, la primera plegable que se construyó en el mundo, y que había sido utilizada por Hemingway. Ponían a la máquina por las nubes, como maravilla de la técnica de entonces, y la estimaban como relativamente valiosa. Pues yo conseguí una exactamente igual, en un garaje del barrio de San Telmo de Buenos Aires, junto a un tocadiscos antediluviano. Mi vida ha estado ligada a una máquina de escribir desde los 14 años. No pude llevarme a casa la Olivetti que usé en La Tarde. Ni la que me dieron al llegar al DIARIO DE AVISOS, como jefe de Deportes, en 1976. Pero cada vez que veo una máquina de escribir antigua cojo nervios. Más tarde, los Reyes me trajeron una Olivetti portátil que no conservo, pero me acaban de regalar otra, de la misma marca, de los años 50, que mi amigo Juan Francisco ha dejado funcionando. Gracias, Nacho, por el regalo y más cuando la Olivetti perteneció a tu padre.

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