La visita a Tenerife de Fidel Castro que Aznar boicoteó

El próximo miércoles se cumplirán 20 años de la escala del mandatario cubano en el sur de Tenerife, un viaje que el Gobierno español intentó abortar en el peor momento de las relaciones

A las 19.30 de aquel sábado 15 de junio de 1996 la aeronave de la compañía Cubana de Aviación tomaba tierra en el aeropuerto Reina Sofía, donde una veintena de vehículos oficiales esperaban en la pista. Minutos después Fidel Castro, con su inconfundible uniforme verde olivo, descendía por la escalerilla frente a Montaña Roja, testigo de la histórica visita, como también lo fue cinco siglos atrás de los navegantes Magallanes y Elcano en su primera vuelta al mundo.

La visita del Comandante cogió por sorpresa al Gobierno español. El líder cubano, que llegó acompañado de un numeroso séquito, optó por realizar una escala a la vuelta de una conferencia de la ONU sobre los asentamientos humanos celebrada en Estambul. Su llegada se produjo unos días después de que José María Aznar, que llevaba apenas dos meses como jefe del Gobierno, anunciara ante el vicepresidente de Estados Unidos Al Gore la suspensión de la ayuda oficial a Cuba. Las relaciones entre Madrid y La Habana acababan de tocar fondo.

Una vez conocidas las intenciones de Castro de aterrizar en Tenerife, el Gobierno intentó tres movimientos de última hora para sendos escenarios, pero ninguno fructificó. El primero era evitar que el avión hiciera escala en territorio español; el segundo, que la parada técnica fuera mínima, de un tiempo máximo de dos horas; y el tercero, una vez que no se pudo conseguir lo anterior, que la visita pasara lo más desapercibida posible. El ministro de Exteriores Abel Matutes llegó a advertir al presidente canario Manuel Hermoso que la visita podía generar un serio problema entre los dos países. “Es nuestro invitado”, le replicó Hermoso. El jefe de la diplomacia española empleó un tono que denotaba un claro enfado, reconocería el presidente tiempo después.

Francisco Martín, entonces director general de Relaciones Informativas del Gobierno de Canarias, no olvida que el Ejecutivo central envió un alto funcionario que estaba en permanente contacto con Exteriores, cuya función era aplacar las apariciones públicas del mandatario cubano y restringir sus actividades. “La comparecencia ante los medios de comunicación se intentó anular y conseguimos hacerla después de un intenso tira y afloja; todo eran obstáculos, no se habilitó ninguna sala del hotel donde se hospedaba, el Bahía del Duque, y el encuentro con los periodistas se tuvo que celebrar en una especie de rotonda de las instalaciones al aire libre y de pie”, recuerda. En ese tira y afloja, a los periodistas se les agotaba la paciencia después de montar guardia durante horas y llegaron, incluso, a amenazar con contar que al líder de la Revolución no le dejaban comparecer.

La entrada de la comitiva al hotel tampoco se realizó por la entrada principal, una circunstancia que no pasó desapercibida para el propio mandatario cubano, según revelaría minutos después ante los informadores: “Entramos por los andamios en construcción y yo dije: qué dirán los periodistas, pensarán que estamos rehuyendo verlos y saludarlos. Tenemos que ir a saludarlos inexcusablemente”.

Martín recuerda que existía un “ambiente enrarecido”, como consecuencia de ese “interés especial” para que la visita tuviera la mínima proyección mediática. “El gobernador civil seguía muy de cerca cada movimiento”. Ya en el turno de preguntas, el Comandante respondió secamente sobre el Gobierno de Aznar: “No tengo nada que solicitarle.”

Entre Manuel Hermoso y Fidel Castro se había fraguado una relación de amistad con motivo de una visita anterior del jefe del Ejecutivo autonómico al Palacio de la Revolución, en La Habana, donde le fue dispensado un tratamiento similar al de un jefe de Estado. “Allí nació una relación cordial entre los dos y estábamos obligados a devolverle la hospitalidad”, apunta el ex director general.

El Teide le deslumbró

Fidel Castro estuvo 21 horas en la Isla. Tras la cena ofrecida por el presidente Manuel Hermoso, el líder cubano descansó en una de las casas ducales del hotel y al día siguiente visitó El Teide, lugar en el que reconoció sentirse deslumbrado. Allí siguió atentamente las explicaciones del biólogo Antonio Machado, y protagonizó una anécdota cuando el periodista Lucas Fernández, hoy editor de DIARIO DE AVISOS,le mostró un billete de mil pesetas que reproducía la imagen que tenía ante sus ojos. “Quédese el billete de recuerdo, comandante”, le dijo Fernández. “El comandante nunca lleva billetes”, respondió Castro. “Entonces tómelo como una estampita”, replicó el periodista. “Lo voy a enmarcar”, concluyó el líder cubano mientras le estrechaba la mano.

Allí, en las alturas y entre lavas, Carmelo Rivero logró realizarle una entrevista exclusiva en la que el líder cubano le confesó que sus ojos nunca vieron un paisaje igual y que se sentía “como un descendiente de los guanches”. “Cuando Colón pasó por aquí esto no estaba conquistado. Habitaban los guanches”, le dijo con la cara de un niño que acababa de aprender una lección.

Vilaflor fue otro de los lugares que conoció. Allí probó las papas arrugadas con mojo, el conejo en salmorejo, la vieja y el vino blanco. Tras conocer el proceso abierto para canonizar al Hermano Pedro, bromeó con el alcalde José Luis Fumero: “Diga usted que el Hermano Pedro ha hecho el milagro de traernos hasta aquí”. En ese alto en el camino, Natalia Cesteros –ya fallecida- consiguió hacerle un test personal en exclusiva a Fidel, toda una audacia de la malograda periodista. De regreso al hotel, Fidel pudo abrazar a su amigo Francisco González Casanova, presidente y fundador de la Asociación de Amistad Canario Cubana José Martí, que le había enviado cajas de medicamentos desde Tenerife cuando los guerrilleros se enfrentaban al dictador Batista desde Sierra Maestra. También recorrió Los Cristianos y Playa de Las Américas y detuvo el coche para saludar a unos admiradores de su revolución: Joseíto Alayón y su hijo Juan José Cheché.

De vuelta al aeropuerto, Fidel Castro accedió a fotografiarse a pie de la escalerilla del avión con una docena de guardias civiles que le escoltaron durante su estancia en la Isla. Fue su última imagen en Tenerife, otra vez con Montaña Roja al fondo. Entonces resonaron sus palabras, horas antes, frente al Valle Ucanca: “Dejaré una parte de mi alma flotando en medio de estos volcanes y lloraré al irme porque me voy más canario a Cuba, aunque no sé si volveré”.

Una curiosidad insaciable

“He llegado a la tierra de mis antepasados. Tengo algunos ascendientes canarios por parte de mi madre”, manifestó Fidel Castro al inicio de la comparecencia ante los medios. “Los canarios son unos trabajadores insuperables; fundaron la agricultura del tabaco en Cuba”, manifestó seguidamente. Mostró una curiosidad desmedida que llegó a poner en aprietos a Manuel Hermoso, como cuando preguntó cuántos trabajadores tiene un campo de golf. Expresó su extrañeza al conocer que las aguas entre las Islas son internacionales más allá de las 12 millas de la costa. “¿Cómo es posible que pueda venir quien quiera a las aguas canarias? ¿Qué tratado fue ese?”, planteó con asombro, ajeno a un debate neurálgico de los nacionalistas con el Estado. Ya en El Teide preguntó por una posible erupción o por qué no se cultivaba en el Parque Nacional.

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