Arte y verdad

Se llamó Maria Schneider. Había nacido en París en el año 1952 y murió a causa de un cáncer en su ciudad natal en el 2011

Se llamó Maria Schneider. Había nacido en París en el año 1952 y murió a causa de un cáncer en su ciudad natal en el 2011. Fue hija de una modelo y de un actor que no la reconoció. Desde los 15 años estuvo al frente de las cámaras de cine. Un papel hizo que la admiráramos: Jeanne. Él se llamó Marlon Brando. Había nacido en Nebraska en el año 1924 y murió en Los Ángeles en el 2004. Cuando cruzó la sombra de Bernardo Bertolucci, había demostrado que era uno de los más grandes actores de la historia del cine. Con su extraordinaria experiencia, desde Un tranvía llamado deseo a El padrino, el reto lo convenció: lo distinto, lo sorprendente, lo extremo…
Vimos sobre la pantalla (cuando Franco nos dejó, en 1977) algo que formaba parte de las respuestas de Europa, desde el Surrealismo: El último tango en París, un ataque a los convencionalismos, una herida en el talón del sexo de la pacata, ordinaria y previsible sociedad occidental, esa que llama “inmaculada” a la virgen María.

Lo que Bertolucci eligió, para ser efectivo, fue a una chica muy bella, mas no de una belleza evidente, como esas mujeres irreales que salen en las portadas de las revistas, sino un atractivo salvaje y muy personal. La acompañaba, para lo primoroso e ideal, el hecho de que fuera muy joven (20 años) y que tal cosa se hiciera notar. Él fue uno de los galanes más apuestos de la historia del cine; sus conquistas y correrías amorosas recorrieron todo el mundo; igual que sus inclinaciones por lo exótico. Asimismo traía consigo al plató la estampa del rebelde, del que se había enfrentado a lo que ni moral ni éticamente compartía; una sociedad ante la que claudicó por perversa y a la que respondió con furor. Y otra cosa: el terror a la vejez (48 años), ese por el que los hombres saben que a cierta edad se convierten en invisibles para las mujeres.

El plato estaba servido: Paul y Jeanne (sin nombre conocido entre ellos) dieron pábulo al desenfreno porque el uno y la otra lo necesitaban desesperadamente.

La escena que los hizo perdurables fue la de la mantequilla y… que Bertolucci aduzca que Maria Schneider no la conoció previamente, que buscara el efecto de la verdad, una violación como si de un documental se tratara es desproporcionado; no tiene sentido.
De lo que un autor no puede renegar es de que el arte es alternativa. Los mortales tenemos constancia de lo sublime porque genios como Bach, San Juan de la Cruz, Cervantes o Shakespeare lo supieron representar. Incluso la pasión.

TE PUEDE INTERESAR