La dictadura de lo políticamente correcto

A Rita Barberá se la había condenado antes de que conociéramos el resultado del proceso judicial en un ejercicio abyecto y execrable de laminación de la presunción de inocencia que debería hacer pensar, y mucho, especialmente a los conformadores de la opinión pública

El fallecimiento de Rita Barberá constituye un lamentable acontecimiento que ojalá ayudé a desafiar la dictadura de lo políticamente correcto, en dos palabras, de lo que decide esa cúpula o tecnoestructura que expide certificados de buen o mal comportamiento cívico según lo pertinente en cada caso. A veces con el fin de aumentar las audiencias, a veces con el fin de hacer méritos antes los dirigentes.

A Rita Barberá se la había condenado antes de que conociéramos el resultado del proceso judicial en un ejercicio abyecto y execrable de laminación de la presunción de inocencia que debería hacer pensar, y mucho, especialmente a los conformadores de la opinión pública. Y también, por supuesto,, a los dirigentes políticos, ahora compungidos dispuestos a rendir un último adiós a quien denostar y lincharon durante meses.

Por supuesto, la actitud de quienes ni siquiera son capaces de distinguir lo político de lo humano, se califica por sí misma. Pero, yendo al grano, lo que ha pasado el miércoles de esta semana, es una llamada a desterrar el maniqueísmo y el cainismo de la política, es una oportunidad para tratar a las personas como lo que son, seres humanos, merecedores de consideración, más cuando se encuentran solos y dolientes.

Tenemos, hay que reconocerlo, un ambiente político de escasa altura. Un espacio trufado de una fauna que se dedica a correr los dimes y diretes de los demás y que se alinea sin rechistar ante unos jefes que siguen embarcados en el ordeno y mando. Una vez que desde el vértice se decide que tal o cual persona debe ser excluida o aislada, un ejército mediático y una legión de aduladores se ponen manos a la tarea, aunque haya que pisar valores y principios constitucionales.

En este contexto, la dictadura de lo políticamente conveniente adquiere tal potencia que desafiarla suele conllevar consecuencias negativas para el valiente que se atreva a ello. Esta opresión sobre los que no tienen la suerte de estar en el lado correcto opera incluso en un ambiente de pretendida tolerancia. Se proclama sin rubor que todo se puede defender y plantear pero una vez que se formula la reflexión o se hace el planteamiento disidente o diferente, entonces el grado de descalificación es de tal calibre que o se tiene un compromiso inquebrantable con la libertad y con la verdad, o se termina enclaustrado, como mucho, en la propia conciencia. Es más, si el comentario o el comportamiento no es del gusto de la tecnoestructura dominante, entonces recae la sentencia de fundamentalismo. Una etiqueta que se usa para liquidar intelectualmente a quien se resiste a aceptar los dogmas de esta dictadura de aparente tolerancia que frena el estímulo del pensamiento diferente declarándolo intolerante.

Esta dictadura, como todas, es inaceptable y reclama una sana actitud de rebeldía. Precisamos espacios públicos abiertos y plurales donde quepan todas las formas de expresión respetuosas con la dignidad del ser humano y sus derechos fundamentales Necesitamos que cesen las campañas y operativos que liquidan el pensamiento crítico.

El problema, el no pequeño problema, reside en que un espacio público abierto y plural no se regala.. Hay que conquistarlo, hay que ganarlo todos los días. Y esa tarea es compleja y difícil. Para ello, es necesario temple cívico, compromiso con los valores democráticos y, sobre todo, coraje y resistencia ante la opresión y la injusticia. Ojala que el fallecimiento de Rita Barberá sirva para ello.

JAIME RODRÍGUEZ-ARANA ES CATEDRÁTICO DE DERECHO ADMINISTRATIVO.

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