No es el Bronx, es Santa Cruz

Santa Cruz de Tenerife, una mañana de alerta, se recoge en sus calles traseras, apenas transitadas, donde sobrevive entre sus ruinas más íntimas

Por A.M.S.

La ciudad tiene mil rostros. A cada instante cambia su manera de mirarnos, como nosotros a ella, según el estado de ánimo y las prisas que llevemos. Nunca somos los mismos, ni los vecinos ni la ciudad. “Fíjate, hablan como nosotros”, dijo Neruda a su acompañante cuando visitó el puerto. El acento sí es inmutable, pero las caras no. El fotógrafo recorrió Santa Cruz al azar una mañana de estas últimas alertas. Y fue a parar a esas calles traseras, paralelas a la del Castillo, que nos sumergen en una trastienda de botica con nostalgia de cine de época. No es el Bronx. Es Santa Cruz. Nuestro Bronx de casas viejas y paredes grafitadas, una imagen descarnada de las calles que testifican la gloria y el desastre, el relato de ayer, calles en pie de guerra desde Nelson, antiguas hasta la médula y serenamente desiertas.

A Andrés Gutiérrez, captar estas escenas que hoy publica DIARIO DE AVISOS le produjo una doble sensación: la de estar mirando detrás del cuadro de la ciudad, apartando telarañas para sacarla bella. Su afeado encanto. En la calle Dr. Allart, pasaban dos viandantes bajo tres ventanas en la pared descascarada. Oyó cerca cruzar el tranvía. Cerró los ojos y compró la ilusión de estar en otro sitio, por donde pasaba el tiempo lejos de aquí.

Se dejó llevar por el portulano del casco, con escaso público, y un motorista surcó la esquina en Nicolás Estévanez. La tramoya es la misma en cualquier dirección, el grafitero pasó por allí y decoró las ruinas del entorno. El fotógrafo regresó sobre sus pasos y vio pasar a la mujer con el perro, solos en la calle como si invadieran una zona acotada por rodaje. Esta mañana la cámara captaba sin previo aviso las escenas naturales del Santa Cruz secreto de novelistas y poetas que la vieron con menos años en sus fachadas y seguramente de noche, como gustaba a Francisco Pimentel (Santa Cruz la nuit), con las luces cenitales.

En la calle Cruz Verde advirtió el letrero sobre la valla amarilla: “Prohibido el paso. Peligro desprendimiento”. El inmueble, fiel al conjunto arquitectónico protegido y desamparado con el paso de los años, constituye una amenaza para esporádicos transeúntes. No es, en absoluto, una vía populosa. Debió de serlo antaño, pero ya Martínez Viera reflejaba este museístico lugar en sus crónicas afectivas sobre el alma quebradiza de la ciudad interior. “Peligro desprendimiento”. Santa Cruz se sincera en sus patios traseros desvencijados. Alude a sus miserias, y se cubre de nostalgia y tristeza. Estos edificios quedan en pie sin más guerra habida que la vejez de sus tapias sobre el pavimento. Y acaso, dicen los conservacionistas de nuestro patrimonio urbano, una adecuada política de incentivos anime a los propietarios a rehabilitar las viejas casas terreras, a pintarlas y adecentar este entrañable itinerario.

Aquí es donde la ciudad se convierte en plató de su intrahistoria como la Habana vieja. Dan ganas de entrar en cualquiera de estas viviendas atrancadas a oler los recuerdos en la oscuridad. Afuera, en el lago de la Plaza de España, Santa Cruz, por la mañana, tiene la cara lavada.

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