Aquella noche especial

Todavía recuerdo el ruido que hacía aquel papel de empaquetado con el que mi abuela envolvía los regalos de Reyes

Todavía recuerdo el ruido que hacía aquel papel de empaquetado con el que mi abuela envolvía los regalos de Reyes. Nos acostábamos antes, pero no dormíamos, sino que permanecíamos al acecho. Una luz en la montaña, señalada por mi padre desde la azotea. El sonido de una campanilla, que no era tal. Un ruido, cualquiera, que hiciera notar la presencia sobrenatural de un rey mago. En la casa de mis abuelos se vivía de forma muy especial esa noche y la mañana de Reyes. Recuerdo la marca de mi balón perfecto de fútbol, era rojo; estaba fabricado por la Ceplástica Ariz. Y mi padre encargó, una vez, a un carpintero la reproducción exacta de uno de los camiones de la compañía platanera que presidía mi abuelo, el SAO, la Sociedad Anónima Orotava. Hecho a escala, qué pena que no lo haya conservado. Acabaría, probablemente, arrimado al gallinero que teníamos en aquella huerta urbana, luego convertida en hotel, claro. A las criadas que nos cuidaban, ahora las llamarían opers; vestían con blancos delantales y siempre sonreían. ¿Cómo no me van a envidiar los idiotas si tuve una infancia feliz y llena de cariño? Lo peor vino después. Por lo que me pregunto ahora por qué me siguen envidiando los idiotas si he trabajado toda mi vida, sin parar, y llego a viejo más pobre que las ratas. Qué contradicción y qué desvarío. La noche que acaba de terminar no fue para mí como aquellas de mi infancia, porque han pasado demasiadas cosas que han desteñido la magia y ahogado el ruido del papel. Pero, bueno, otras personas muy cercanas las viven con la misma ilusión que nosotros entonces. Pues claro que existen los Reyes Magos. Ahora tengo más miedos que antes, quizá porque personas a las que quise tanto ya no están. Se han marchado. Qué pena.

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