Chinmoku

He visto ‘Silencio’, la última película de Martin Scorsese. No, éste no es el mismo artículo de la semana pasada, aunque empiece de igual manera

He visto ‘Silencio’, la última película de Martin Scorsese. No, éste no es el mismo artículo de la semana pasada, aunque empiece de igual manera. “Chinmoku” es la transcripción fonética del título en japonés. En realidad, es el nombre de la novela en la que el filme se inspira, una obra de 1966 firmada por Shusaku Endo.

Siete días después de ver la cinta, me siguen conmoviendo sus imágenes, su contenido, sus olores, sus ruidos… Le pasa lo mismo a mucha gente que conozco. ‘Silencio’ es como esos medicamentos de acción retardada: actúan en el momento y siguen desplegando su influencia durante horas y hasta días. Si mi amable lector no la ha visto aún y tiene pensado hacerlo, le sugiero que deje de leer ahora, para no destriparle su contenido.

Entre los rumores que se deslizan estos días en las redes sobre la película, me sorprende el juicio de quienes la consideran una obra que patrocina la renuncia a la fe. O que defiende a quienes eligen la apostasía con tal de no sufrir un tormento.

Yo no he visto nada de eso en ‘Chimoku’. Qué va. Al contrario. Comprendo a quien la critica, entiendo que muchos esperaban un argumento lineal, una especie de cuento con final feliz y atracón de perdices. Algo más parecido a aquella otra obra maestra, ‘La Misión’. No ocurre eso en esta película.

Pero es ahí, justamente en la ausencia de una trama edulcorada, en su realismo descarnado, donde yo ubico su grandeza. ‘Silencio’ narra un momento trágico para la Iglesia de Jesucristo, un episodio devastador para la Compañía de Jesús, quizá uno de los peores de toda la historia de los jesuitas. Y en medio de ese dolor absurdo que se inflige a los que no quieren renunciar a su fe, un padre jesuita, y otros muchos como él, elige bajar a los infiernos para que ninguno de sus hermanos seglares tenga que volver a hacerlo.

No renuncia a su fe, entiendo yo y creo que es lo que refleja la película. Al contrario: la máscara de inexpresividad que se acomoda en aquel rostro que antes era un reflejo de su pasión por Cristo demuestra que elige morir poco a poco por dentro para que nadie más muera por fuera. Elige secarse por dentro, aparecer como el traidor, pisar el rostro de aquel al que ama con todas sus fuerzas, ser menos amado por haber amado más… lo que sea con tal de que aquellos que le han sido encomendados no sigan padeciendo, ellos sí, inútilmente.

Eso es, según yo lo veo, ‘Silencio’. Una celebración de la profundidad de la fe, de la hondura de la experiencia del creyente. Un antídoto contra las simplezas de folletín y las imaginaciones varias con que muchos identifican y hasta predican la fe en Cristo.

No. Es tanto lo que el amor de Dios transforma la vida, que ni su aparente silencio confunde definitivamente a quien ha experimentado su cercanía. Ellos, aquellos curas falsamente apóstatas, alimentaron sus amargos días con la certeza de que el acontecimiento del Calvario se estaba reproduciendo en sus carnes. Por dentro, pero la misma renuncia.

Y todo eso veo yo en ‘Chinmoku’, un merecido estandarte en el que ondea la fidelidad de los padres jesuitas en aquel Japón donde se abrió una puerta al infierno que ellos consiguieron cerrar en parte. Por cierto, allí siguen. Ellos siguen confiando en Dios, en Japón.

@karmelojph

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