En defensa de los políticos – Enrique Arias Vega

Nos pasamos la vida poniendo a parir a los políticos. No lo hacemos, en cambio, con los electricistas, los quiosqueros o los conductores de autobús

Nos pasamos la vida poniendo a parir a los políticos. No lo hacemos, en cambio, con los electricistas, los quiosqueros o los conductores de autobús.
Me parece de perlas ese escrutinio exigente de nuestros representantes públicos, pero no su escarnio constante, como si los políticos fuesen por definición unos impresentables. Esa descalificación colectiva, precisamente, es la que ha justificado todas las dictaduras que en el mundo han sido. Aquí, durante el franquismo, se acuñó una frase que resumía esa situación: “Yo soy apolítico”, decían todos quienes apoyaban por pasiva aquel régimen autoritario y antidemocrático.
Lo que sucede es que los políticos no son ni mejores ni peores que los demás, pero su actividad resulta más visible y, por ende, al manejar nuestros intereses y nuestros dineros tienen que ser más escrupulosos que el resto de los ciudadanos.

Dicho eso, la democracia está basada en la existencia de personas que ocupen cargos públicos en representación del resto de ciudadanos, y que lo hagan con dignidad personal, por supuesto, pero también económica. Querer convertir a los políticos en unos indigentes supondría envilecer la democracia y casi acabar con ella.
La ventaja de los sistemas democráticos radica en que si no nos gustan nuestros dirigentes los cambiamos por otros. Y todos los ciudadanos, además, podemos aspirar a esa responsabilidad de dirección.

Así que menos criticar a la clase política en general, más separar en cambio el trigo de la paja y, en vez de abominar de la política,participar todos activamente en su ejercicio cotidiano. Así sea.

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