El muro

Cada vez que veas a alguien construyendo un muro pregúntate de qué tiene miedo. El muro tiene propiedades defensivas, pero sólo nos resguardamos ante lo que consideramos una amenaza

Cada vez que veas a alguien construyendo un muro pregúntate de qué tiene miedo. El muro tiene propiedades defensivas, pero sólo nos resguardamos ante lo que consideramos una amenaza. La amenaza, a su vez, pone en evidencia cuáles son nuestras propias debilidades, aquello que aún no hemos aprendido a gestionar. Lo paradójico es que el muro, por alto y grueso que sea, jamás nos ayudará a avanzar en nuestro aprendizaje sobre cómo lidiar con las situaciones en las que se ponen de manifiesto nuestras propias carencias. Máxime si esos muros están en nuestro interior.

No todos los muros son de ladrillo. Los hay de palabras, los hay de actitudes, los hay de gestos. Los hay que tiene forma de leyes o de prejuicios. Pero todos tienen lo mismo en común: son la representación física la creencia de que hay cosas que nos pueden hacer daño de las que nos debemos proteger. Pero, ¿y si hubiera casos en los que tal creencia fuera irracional y estemos considerando peligrosas cosas que no lo son en absoluto? Si eso fuera así, el muro no sólo no nos sería útil, sino que se convertiría en una barrera que nos impediría crecer, expandirnos, avanzar.

Te propongo que, por un momento, olvides los muros de los otros y pienses en los tuyos. ¿Cuáles son? ¿Dónde están? ¿De qué o de quién te separan? ¿Para qué los construiste? ¿Qué debilidad tuya te revelan? ¿A qué aprendizaje te invitan? ¿Qué pasa si los echas abajo? ¿Y si no? Es raro el proceso de coaching en el que el cliente no descubra que dentro de sí tiene construidos algunos muros imaginarios. Lo bueno del coaching es que, una vez identificados dichos muros, se abre la opción de echarlos abajo si la persona así lo desea. No estamos hechos para vivir aislados: maduramos a medida en que damos y recibimos.

Los muros no son una cura, son un síntoma.

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