Palabras mayores

La verdad de la mentira de los farsantes contra la barbarie de Auschwitz se reduce a un objeto, un reloj, descubierto entre los vestigios de las víctimas de las cámaras de gas

La verdad de la mentira de los farsantes contra la barbarie de Auschwitz se reduce a un objeto, un reloj, descubierto entre los vestigios de las víctimas de las cámaras de gas, en la autopsia arqueológica del infierno del campo de exterminio polaco, que el viernes conmemoró el 72 aniversario de su liberación de las garras del horror nazi por los soldados del Ejército rojo. Cuando aquellos sucesos estragaron las entrañas de Europa (“¿ves el humo?, ahí está tu mamá?”, le dijo un alemán de las SS a Annette Cabelli, hoy con 92 años, que tenía 17 cuando gasearon a su madre el primer día, tras bajar del tren) yo no había nacido, y tan solo tenía diez años cuando fue hallado ese reloj, que ha inspirado el lema de esta efeméride que nos golpea: Tiempo. Ahora leo la noticia que anuncia que el Reloj del Fin del Mundo, que tiene 70 años de existencia-una cosa y la otra son asuntos consecutivos- y está regido por una junta de científicos atómicos reputados, con 15 premios Nobel en sus filas, acaba de adelantarse medio minuto tras la llegada de Trump. Estamos más cerca del Día del Juicio Final, a dos minutos y medio de la medianoche del apocalipsis, según vienen a decirnos lo sabios, que basan su pesimista presagio en las palabras que nos atemorizan. Las que han sido dichas por mandatarios deslenguados, que inauguran un nuevo tiempo pendenciero. El reloj de la guerra de los bocazas fija esa peligrosa cercanía del mayor de los riesgos al que se enfrenta ahora la humanidad, una guerra nuclear , y clama ante el descrédito de las consecuencias del cambio climático.

En un artículo premonitorio en Time, Mijail Gorbachov, octogenario y lúcido, advierte: “Parece que el mundo se está preparando para la guerra”, y disuade a los líderes para que retomen el espíritu de finales de los 80, cuando las potencias asumieron que “la guerra nuclear era inaceptable”. “Estamos en la Tercera Guerra Mundial en pedacitos”, dice el papa (en la excelente entrevista concedida el pasado domingo a El País). Estamos a dos minutos y medio (ojo, que ese maldito reloj de referencia ya fue alterado de cinco a tres minutos de las doce fatídicas horas de la medianoche final en 2015, que fue un año de aúpa) de una quimérica conflagración que mande todo a hacer puñetas por la ceguera y el selvatismo de las nuevas cabezas que nos gobiernan con o sin tupé. ¿Qué hemos hecho para merecernos esto? Aquí abajo, en el mundo terrenal que pisamos los mortales de a pie, nos guiamos por el péndulo de las pequeñas bajezas cotidianas, cada vez más ajenos de los conflictos que se cuecen en las alturas. Son palabras mayores frente a pequeñas palabras de andar por casa. El Fin del Mundo frente a nuestras miserias mundanas. Si aquellos campos nazis eran las pocilgas del rencor, ahora han surgido grandes campos de odio, o sea el odio se ha hecho mundial, y solo nos queda a los enanitos recluirnos en las islas de nuestro particular infierno a verlas pasar.

¿Serán las redes sociales el cementerio de las malas palabras, cuando Twitter ya es la Casa Blanca del ciberespacio con el magnate prohibiendo ayer mismo la entrada de refugiados musulmanes, y deteniéndolos en Nueva York, como se perseguía en la Alemania del holocausto a las familias judías, como si reapareciera el estigma de Ana Frank. Vuelven los fantasmas. Y vuelven los amigos que se han ido, al menos en mi caso, a recordarme el beneficio de algunas metáforas de sitios a donde huir. Estos días me he acordado mucho del periodista Gilberto Alemán, que soñaba, mirando al Atlántico con un güisqui en la terraza del Montercarlo, de la Avenida de Anaga, con fugarse a San Borondón. ¡Qué buen paradero para desaparecer ahora que el mundo se ha vuelto loco de remate! Y está la chica de la portada. Feliz como una niña con zapatos nuevos besando la entrada de la final de murgas, en la primera del DIARIO de ayer. La chica de la portada. Desentendida de los problemas Europa meridional, del brexit y del beso de May y Trump. Hay que buscar a esa chica y verle la cara que se oculta tras el billete del Carnaval que tapa la boca muda de alegría. Hoy que hablamos de las palabras que agitan el reloj del fin de los tiempos. ¿De qué hablamos por aquí? Pues, a decir verdad, tenemos nuestros líos pueblerinos, nuestros caciques y mandones, y hay gresca a diario entre los partidos, y bocinas de censuras y ruido de sables. Y en breve rugirán las murgas. Eso.

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