Peinados – Por Ángel Arenas

Carmelo Rivero me ha pedido que este lunes, antes de que Trump empiece a demoler su muro interior para crear más fronteras, juegue a las fotos comparadas. Y me ha mandado dos retratos, como de coña

Carmelo Rivero me ha pedido que este lunes, antes de que Trump empiece a demoler su muro interior para crear más fronteras, juegue a las fotos comparadas. Y me ha mandado dos retratos, como de coña. He aceptado el reto, aunque me falten datos.

Las fotos son de dos presidentes españoles, el de Cataluña y el de Canarias. No me ha dado más datos; sólo me ha dicho que compare sus apariencias, que quizá es como comparar sus almas. Pero, ¿cómo quieres que compare sus apariencias, si ya se sabe que las apariencias engañan? “Ah, ¿y qué te crees tú que es el periodismo? Apariencia, puro engaño”. Y luego lanzó una de sus carcajadas de Duggi, gente que se ríe por tiempos, como los sabios romanos.

En primer lugar, de esas fotografías me llamaron la atención los ojos; los dos son vivarachos, aunque luego la boca se les arquee un poco, hasta el suspiro, esas bocas de personas cansadas de escuchar que estás deseando que los demás se callen para decir ellos algo. Voz de dos muchachos bien educados que están en un sitio inesperado donde escuchan hablar de cosas que no tenían previstas. “Los dos fueron alcaldes”, me dijo Carmelo. “Pues peor me lo pones. ¡Lo que tienen que hacer es escuchar los alcaldes!”.

En realidad, Rivero me mandó las fotos para que comparara otras cosas, en concreto aquel lugar de la cabeza en la que acaba el pelo y se llama frente. Son los dos políticos españoles con flequillo, no hay más. Los hay con bigote y las hay con pelambrera, y hay incluso uno que lleva coleta, que ahora se disputa el poder con uno que lleva casi un flequillo.

Pero estos dos, el canario y el catalán, son presidentes y llevan flequillo; el del catalán es sobreabundante, partido a la mitad como si estuvieran buscando sitio en universos separados. Y el del canario no lleva raya; es una continuidad sin dispuesta, cada pelillo en su sitio, un universo piloso que parece más de acuerdo con su cabeza que con el resto de cara, hecha a mi juicio como para sorprenderse (eso me dice Carmelo) “jugando a los boliches”.

Así que Clavijo, el presidente canario, tiene la pelambrera de un adolescente que aún no sabe cómo peinarse, y el catalán, Puigdemont, se peina para siempre así, no tiene vuelta de hoja, como si su pelambrera fuera tan firme como sus ideas. A veces el pelo es una bandera; el pelo del canario no disputa nada, está así porque debe resultarle cómodo no tener que peinarse. Y el otro tarda un rato más ante el espejo porque, imagino, tiene más en que pensar.
En fin, le digo a Carmelo, que los vayan peinando.

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