El robot honesto entró en la tienda a comprar

La mitad de los trabajadores (humanos) serán desplazados por las máquinas en lo que llamamos el mundo occidental. Llegado ese día, la mano de obra será cosa de los robots

La mitad de los trabajadores (humanos) serán desplazados por las máquinas en lo que llamamos el mundo occidental. Llegado ese día, la mano de obra será cosa de los robots. La automatización del empleo es el primer problema laboral, y a los sindicatos les cuesta meterlo en la agenda. Llegará el día en que alguien ponga sobre la mesa si la máquina deberá votar. Con la información que para entonces tendrá almacenada en su disco duro, el debate está servido: ¿el sufragio mecánico será más justo, informado, incluso, inteligente que el de un ciudadano con escasa formación?

En Bután hace 45 años se introdujo un indicador inédito en un estado: el índice de felicidad interior bruta (el PIB del ánimo). Pues en Finlandia este mes se inicia un experimento, a propósito de mis amigos los robots: dos mil personas convenientemente seleccionadas percibirán durante dos años una renta básica universal de 560 euros por la cara. Los afortunados cobayas del sueldo sin esfuerzo tienen su razón de ser en el indefectible avance tecnológico, que ya anuncia, no una avalancha de refugiados sobre Europa para disgusto de la xenofobia rampante que crece en votos repudiando a la demanda foránea de empleo. Los que vienen son los robots. En breve, habrá Le Pens, Trumps y -por lo que se ve- hasta Corbyns clamando contra el robot de fabricación extranjera que quita el trabajo al robot nacional.

Las listas negras del brexit -como ya padece un tinerfeño en Bristol- hoy persiguen a los comunitarios; mañana expulsarán a los robots europeos. Y Trump levantará un muro contra los robots de México. Y aquí todos seguiremos en la insania confortable, porque el mundo quizá ya no vuelta a recobrar el juicio. Y esta sea la única verdad que nos digamos antes de perderlo nosotros también. Parece ser que la paga básica por el hecho y derecho de existir no fomenta necesariamente el gandulismo laboral. La gente sigue buscando curro, según algunos estudios. ¿Lo hará también el robot si se le maleduca con la soldada del mes o se irá bostezando por las esquinas? La clave del comportamiento es la honradez, virtud que desconozco en las máquinas y que no reconozco en humanos.

Sin embargo, en la India proliferan unas estupendas tiendas de la honestidad. Son comercios concebidos para ciudadanos íntegros, de una ética a prueba de polígrafo, capaces de entrar en el local, comprar, incluso tasar el valor de un artículo y pagar un precio justo antes de marcharse, sin fiscalización alguna. En nuestra realidad circundante parecería una broma, buscaríamos la cámara oculta. El pillaje está extendido y el pillastre está en el poder. Cívicamente, el latrocinio, inyectado en vena durante generaciones, ya forma parte natural del ADN colectivo. Sociedad falsaria y mendaz, la nuestra; no sé qué harán mañana los robots. Los indios, en su indicio, nos dan una lección con el fomento de la confianza social como fuerza económica. Educan a no hacer trampas (las cosas de Trump). Los indios son la escuela Montessori frente al mundo que se nos viene encima. Vi la rueda de prensa del vellocino de oro, los ademanes infames de su lenguaje corporal, la indecencia ideológicamente instalada en toda su verborrea soez. Y bajé la cabeza, sentí vergüenza. Pero no era ajena, sino propia, íntima, personal. Sentí vergüenza de nuestro desatino colectivo, de nuestro caos mental culposo. ¿Qué sabemos de nosotros a estas alturas del dislate monumental con el que transigimos? El homo faber se hizo príncipe en la Casa Blanca, como los adonis rubios de los cuentos de hadas, como un ángel caído de las elegías de Duino, de Rilke, “porque lo bello -tal cosa se cree este nuevo dios de La Falsedad- no es sino el comienzo de lo terrible”. La confianza. En esa experiencia india de las tiendas de la honestidad, aseguran sus promotores que residen los nidos del hombre futuro. Un hombre limpio, libre, honesto. El próximo hombre aprenderá del robot. ¡Ah, estos indios son unos utópicos maravillosos en su ucronía! El amo de Facebook, Zuckerberg, acaba de estrenar una plataforma de la verdad, para expurgar las falsas noticias, para desmontar la maldad de las falacias, para deshacer los entuertos que hicieron, por ejemplo, presidente a una anomalía de la especie humana en los Estados Unidos. Un día, elegirán, eso, a un robot. Y será una elección acertada.

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