Transparencia y rendición de cuentas

La lucha contra la corrupción tiene distintos enfoques. Uno, el punitivo, para castigar las acciones u omisiones corruptas

La lucha contra la corrupción tiene distintos enfoques. Uno, el punitivo, para castigar las acciones u omisiones corruptas. Otro, quizás más relevante, el preventivo, que trata de evitar la comisión del hecho o la inactividad corrupta. Pues bien, la transparencia, como ha recordado en estos días Marín Mrcela, presidente del GRECO, Grupo de Países contra la Corrupción del Consejo de Europa, es imprescindible para prevenir la corrupción.

En efecto, una de las principales medicinas, quizás la más importante, para combatir la corrupción en el sector público, cualquiera que sea su naturaleza, es la transparencia y la máxima publicidad de las actuaciones realizadas con cargo a los fondos públicos. Unos fondos que son de todos y de cada uno de los ciudadanos y que, por tanto, deben administrarse desde esta perspectiva. No son, ni mucho menos, fondos de los que se pueda disponer libremente. Siempre y en todo caso ha de constar la causa de su uso y gestión porque es lo que procede en un Estado de Derecho. Como señala Mrcela, una mayor corrupción significa una mayor rendición de cuentas y, por ello, una mayor confianza de la ciudadanía en la gestión de los fondos públicos.

En el Estado de Derecho los dirigentes de la cosa pública y el resto de los miembros de los diferentes poderes del Estado, también por supuesto, los diputados y senadores, deben justificar en todo momento las actuaciones que realizan con cargo a los fondos públicos. Si no hay rendición de cuentas, si no se justifican las actuaciones públicas, si no se motivan los actos administrativos, la corrupción está servida.

El Estado de Derecho supuso, entre otras cosas, el tránsito de la subjetividad en el ejercicio del poder a la objetividad. Ahora el poder se expresa en forma de procedimientos, normas y principios. Antes, la pura arbitrariedad, el capricho o las apetencias o deseos, a veces inconfesables, del dirigente, fundaban la toma de decisiones en los más variados ámbitos. Por eso, porque la ciudadanía empieza a darse cuenta de que los actuales dirigentes se alejan, cada vez más, de las señas de identidad del sistema político que nos rige, es más importante cada día que cunda la ejemplaridad en la dirigencia pública. Una ejemplaridad que ahora está, guste más o menos, bajo mínimos porque muchos de nuestros representantes siguen aislados de la realidad y actúan en consecuencia.

Como señaló Mrcela estos días durante una conferencia que vino a pronunciar en nuestro país, al reforzar la rendición de cuentas, la transparencia se nos presenta como un gran instrumento para la mejora de la calidad de la democracia. La transparencia no se consigue sin más por muchas leyes y normas que se aprueben. Es una característica inherente a la democracia y al Estado de Derecho que debe brillar por su presencia todos los días en la conducta y actuación de quienes ejercen poderes públicos. Pensar, y actuar, como si los dirigentes públicos estuvieran por encima del bien y del mal, de las normas, sin controles, es algo de otro tiempo que conviene superar. ¿Verdad?

Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.

@jrodriguezarana

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