El decapitador de Los Cristianos: “Oigo voces que a veces me dicen que mate”

La falta de una red universal para salud mental contribuye a que ciertos enfermos sean atendidos cuando ya es tarde; algunos delitos son tan terribles como el caso del búlgaro Dejan Dejanov,
Dejanov ve, durante el juicio, las imágenes de la brutal mutilación que cometió. Fran Pallero

“Oigo voces en mi interior, a veces me dicen que mate; ahora mismo las oigo y me dicen que soy el ángel de Jesucristo que va a crear la Nueva Jerusalén”. Basta con estas palabras para hacerse una idea sobre la confusión reinante en la mente del búlgaro Dejan Dejanov, un enfermo mental condenado a pasar a la historia como el decapitador de Los Cristianos, después de que protagonizara uno de los crímenes difícilmente igualables tanto en cuanto a su brutalidad como al sinsentido del mismo. Sencillamente, Dejanov creía estar en una película protagonizada por Arnold Schwarzenegger donde los alienígenas decapitan a los humanos por diversión cuando entró en un bazar de la localidad turística aronera y, provisto de un cuchillo jamonero, decapitó a la turista británica Jennifer Mills Westley, de 60 años y a la que no había visto en su vida antes de aquel infausto 13 de mayo de 2011. Tras la brutal mutilación, Dejanov, por entonces con 28 años, salió corriendo por la céntrica avenida de Ámsterdam de Los Cristianos con la cabeza en la mano para acabar siendo detenido por un guardia de seguridad del Servicio Canario de Empleo, Juan Antonio Hernández Delgado, que fue condecorado por su valerosa acción. De la demencia de Dejanov pudo ser víctima igualmente una pareja que se cruzó con él en el bazar aludido justo antes de que Westley llamara su atención al mirarle a los ojos. Los forenses explicaron en el juicio que solo la alteración mental del búlgaro ayuda a explicar de dónde sacó la extraordinaria fuerza que necesitó para separar del tronco la cabeza de su víctima.

Tal y como explicaron los psiquiatras que lo atendieron en Sevilla, el protagonista de esta historia, hoy recluido en un centro penitenciario especializado en enfermos mentales, sufre una alteración mental consistente en una esquizofrenia paranoide en fase aguda. En su informe, remitido por el Servicio Andaluz de Salud y que cuenta con la rúbrica tanto del jefe de Servicio de Psiquiatría Forense y de un especialista forense -ambos del Instituto de Medicina Legal local-, se explica además que tal dolencia le supone a Dejan la anulación de sus facultades tanto intelectivas como volitivas. Lo que es lo mismo, no sabe lo que hace ni sabe lo que quiere hacer. Esta anulación -continúan los especialistas- deriva en una “práctica abolición del juicio de realidad”, proviniendo de un trastorno que entienden “crónico”, advirtiendo además que “persiste el núcleo delirante”. Durante el juicio también se supo que Dejanov vivía en una chabola de Los Cristianos donde no faltaba una iconografía religiosa propia de su delirio, y su inquietante presencia era harto conocida por los habituales de la zona. No en balde, existen hasta vídeos subidos por él mismo en las redes sociales, e incluso el presidente de la zona comercial de Los Cristianos, Juan Carlos Magdalena, aseguró por aquel entonces a El País que los empresarios ya habían denunciado que su presencia podía perturbar la tranquilidad, “pero nunca pensamos que pudiera hacer algo tan escabroso como lo que ha ocurrido”. Seguramente que los empresarios no, pero tampoco habrá extrañado en demasía a los galenos que pudieron asomarse a esta mente criminal.

La secuencia que muestra por qué pudo evitarse el crimen del búlgaro

Es imposible recordar a El decapitador de Los Cristianos sin preguntarse por las posibles responsabilidades que pudieron derivarse (nunca ocurrió) tanto hacia la Administración británica, que lo tuvo internado en un psiquiátrico de Gales hasta cuatro meses antes del crimen, o hacia la española, ya que Dejan se encontraba reclamado por un juzgado de Arona y sus técnicos -concretamente los municipales- también tenían sobradas noticias de su deficiente estado mental. La secuencia es la siguiente: en enero de 2011, menos de medio año antes del terrible crimen, le dan el alta a Dejan en el Hospital de Cheshire en contra de la voluntad de su familia; en febrero la Policía Local de Arona realiza un informe en el que alerta de la gravedad del caso (ya alucinaba y se autoproclamaba “el profeta de Dios en la tierra”); entre marzo y mayo provoca numerosos incidentes violentos en el Sur, hasta que el día 13 de ese mes decapita a una mujer a la que no había visto en su vida influenciado por una película -Depredador (John McTiernan, 1987)-, en la cual los alienígenas decapitan a los humanos para divertirse como deporte. Dejan ya había protagonizado una burda tentativa para decapitar a otra persona tiempo antes, pero tras cinco días recluido se le dio el alta en un centro psiquiátrico local.

Casi la mitad de los ejecutados en EE.UU. presentaban algún tipo de dolencia psíquica

¿Todos tenemos un lado oscuro? “Absolutamente todos, pero cada uno el suyo”, aclaraba en su día a DIARIO DE AVISOS el especialista en Psicología Clínica Víctor Camacho, que ponía un ejemplo, cuando menos, inquietante: “Una chica es violada y pide auxilio a un conductor que, al rato, también lo intenta. No lo tenía previsto, pero se dieron las circunstancias. No todos somos capaces de descuartizar cadáveres, pero ojo con eso que usted llama el lado oscuro”, advertía el especialista. Lo cierto es que la salud mental importa, y mucho. Ya sea por el esfuerzo baldío del abogado defensor de turno en rebajar la pena al acusado, ya porque efectivamente se trata de algún enfermo. O enferma, como fue el caso de María Paz M. R., que acabó el 24 de agosto de 2007 con la vida de su expareja sentimental, Bernfried K.G., en unos hechos que tuvieron lugar en la urbanización Coral Mar (Costa del Silencio, Arona). A María Paz se le apreció un trastorno mixto de personalidad de tipo de inestabilidad emocional y paranoide, así como un trastorno bipolar y un abuso de alcohol, que le provocan que ante situaciones de estrés emocional presente descompensación psicopatológica que determina una alteración de su conducta e ideación paranoide, lo que solo le valió para que la pena por apuñalar mortalmente a Bernfried se quedara en 13 años de prisión. Más suerte tuvo Juan Adolfo C. D., un joven canario que tenía 31 años cuando, tras tomar unas copas con la víctima por Santa Cruz de Tenerife el 19 de marzo de 1999, resultó absuelto de acabar con la vida de Pablo José P. P., al que disparó con una escopeta de caza en el abdomen y la cabeza cuando ya estaban de vuelta en Barranco Hondo. El motivo fue que se le apreció “psicosis esquizofrénica de tipo paranoide”, una enfermedad que los peritos calificaron de crónica y que se vio agravada el día del asesinato por la ingestión de cocaína. También resultaron absueltos e internados (posteriormente se fugarían) los alemanes Harald y Frank Alexander, que acabaron con la vida de la madre Dagmar, y de las hijas Marina y Petra allá por 1970 en la capital tinerfeña, tal y como ya se analizó en otra entrega de esta serie sobre los crímenes que nos conmovieron.

Sea como fuere, a nadie se le escapa que la salud mental es un tema recurrente cuando se habla de asesinato, y la ciencia no es ajena al fenómeno. Una investigación publicada en 2014 por la revista especializada Hastings Law Journal concluye que de los 100 presos ejecutados en Estados Unidos justo antes de confeccionar el informe, 18 habían sido diagnosticados con esquizofrenia o trastorno bipolar y que otros 36 tenían “serios problemas de salud mental” o se habían vuelto psicóticos debido a la adicción a las drogas. Además, para la Asociación Nacional de Salud Mental de EE.UU., entre el 5% y el 10% de los moradores del corredor de la muerte presentan “serias enfermedades mentales”.

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