Los asuntos de cama de la Virgen

Lucía Caram, una señora vestida de monja, dice que la Virgen María y san José “tuvieron sexo”

Lucía Caram, una señora vestida de monja, dice que la Virgen María y san José “tuvieron sexo”. Concretamente, sus palabras fueron: “Yo creo que María estaba enamorada de José y que eran una pareja normal, y lo normal es tener sexo. […] Nos hemos quedado en normas que nos hemos inventado sin llegar al auténtico mensaje”.

Pobreza intelectual. Ignorancia teológica. Recurso al populismo. Todo eso destilan sus frases. “Yo creo que…”, dice Lucía Caram. Y porque ella lo cree, aspira a que se convierta en parte del depósito de la fe. Sólo porque lo ha dicho la Caram, que se pasa por el forro del hábito miles de años de experiencia creyente, de reflexión teológica, de Tradición con mayúsculas, de serenas investigaciones sobre lo que han creído y celebrado los cristianos de todos los tiempos.

Se le abre el grifo a la Caram y convierte la fe de la Iglesia en verdades “inventadas”, alejadas del “auténtico mensaje”. Si no fuera porque suena fatal, yo diría que esta señora es imbécil. Pero su majadería, tantas veces perpetrada, no es lo peor. Allá Lucía y su vocación de payasete televisivo. Lo realmente oscuro es que a la individua se la suda el pueblo santo de Dios. Con un mínimo de conocimientos o de madurez en la fe, sus patochadas no afectan en absoluto. Pero no es el caso: la inmensa mayoría de los que la vieron en televisión son creyentes sencillos, o lejanos y alejados de la experiencia cristiana.

Personas que se han sentido desconcertadas ante los presuntos polvos que echaban la Virgen y san José a la vera del camino. Polvos que se convierten en lodos en su interior, que empañan la auténtica sencillez con que experimentan la presencia de Dios en la Iglesia o buscan su rostro entre luces y sombras.

Nunca me he fiado de esta mujer vestida de monja: su afición a descalificar todo lo que se ha hecho antes de que ella llegara es enfermiza, cuando menos. Lo mismo que esa broma pesada de predicar la opción radical por los pobres desde la seguridad que le dan los dineros de su congregación.

En la otra cara de la moneda, me encuentro con el estremecedor testimonio de san Pablo, que hoy leemos: “Cuando vine a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté ante vosotros débil y temblando de miedo […] para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.

Así se presenta el apóstol. Un titán indomable que, sin embargo, ante el misterio de la fe y la experiencia de Dios se siente sobrecogido, cede todo el protagonismo a la fe y a su fuerza para sanar la vida de las personas.

Qué distinto de quienes se han aburrido de Dios y se dedican a cosas de Iglesia. Lo que sea con tal de no dejar que se apaguen los focos. ¿Vida de clausura? ¡Ya ves!

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