Marejada, marejada

Espabila que ya es viernes y quedan unas horas, ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, es más bello vivir cantando, apenas unas horitas para que salga la cabalgata y como siempre has dejado para el último momento encontrar una peluca que aguante la primera noche (qué menos) sin que parezca que tienes en la cabeza un manojo de flecos de fregona, comprar pinturas que para quitártelas al llegar a las tantas o al despertarte (a veces pasa, lo sabes) no necesites papel de lija, dar con la maraca que vas a coserte a la palma de la mano derecha porque la otra bastante tiene con aguantar el vaso y el cigarro, ir a buscar las botellas, vasos de plástico, hielo y, ojo, deja desde ya mismo por toda la casa sobres de ibuprofeno, oh, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando, no lo confesarás por aquello de la edad y tal, pero estás agitado como cuando el colegio te llevaba de excursión a Las Raíces (al parecer, en los setenta la isla empezaba y acababa en Las Raíces; asunto que deberá abordarse más detenidamente), no lo dirás pero te emocionaste al ver cómo vallaban Weyler, montaban los quioscos en Méndez Núñez e incluso te hizo ilusión ver los camiones cargados de baños portátiles para las calles de referencia, no lo dirás, pero es así, ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, es más bello vivir cantando, no contarás a nadie que cuando el hombre o mujer del tiempo dice en televisión lo de marejada a fuerte marejada te quedas tarareando la canción, no lo contarás, pero es así, como tampoco reconocerás que llevas días preguntándote qué necesitas y se te está olvidando para los indianos, oh, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando, espabila que ahora sí, ya era hora, qué ganas, marejada, marejada, por fin llegó el viernes de cabalgata.

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