No está loco, sino de remate

Hay un déficit de futuro. Porque a los hijos, por primera vez, les espera un porvenir peor que el de sus padres, y esa frustración se da de bruces con lo que hemos conocido por progreso, que nos permitía alardear de estar en continua evolución cuando todo este mundo se nos hacía chico y alentábamos la idea de mudarnos de planeta

Hay un déficit de futuro. Porque a los hijos, por primera vez, les espera un porvenir peor que el de sus padres, y esa frustración se da de bruces con lo que hemos conocido por progreso, que nos permitía alardear de estar en continua evolución cuando todo este mundo se nos hacía chico y alentábamos la idea de mudarnos de planeta. La crisis nos bajó los humos y nos trajo a Trump, que es un narcisista, pero no un sociópata, según la carta del psiquiatra que acuñó ese trastorno de personalidad ególatra, Allen Frances. Llamarle loco ofende a los verdaderos locos, según su tesis que me resulta una coartada familiar entre nosotros, cuando líderes del PSOE, del PP o de Ciudadanos inducen a criticar lo justo a Clavijo en aras de la “responsabilidad”, porque azuzarle más de la cuenta
-incluso por patinar sobre Trump- genera “inestabilidad”.

Una treintena de psiquiatras menos condescendientes publicaron el lunes una carta en The New York Times diagnosticando al becerro de oro de enfermo mental (como han hecho tres generaciones de escritores de la saga de los Vallejo-Nágera sobre locos egregios), un punto de arranque para un impeachment en toda regla contra el strong man de Nueva York. O sea que este es el tema y no otro. Trump en boca de todo el mundo. Y ese es su mayor logro, el diamante que Goebbels quiso siempre pulir. Si la mentira multiplicada, como decía el ministro de Propaganda de Hitler, deviene en verdad, como ha probado ahora Trump -héroe del monipodio de la posverdad-, no hemos hecho más que retomar un hilo de la historia que se cortó bruscamente en el 45. Volvemos al enorme debate del populismo rancio. Trump ha ganado tras una gran crisis (la de 2007-2017), como Hitler tras una gran depresión (la del 29), y el primero ha copiado el programa del segundo, esperemos que sin gas, pero con mucha luz de gas, convirtiendo en caballo de batalla el orgullo nacional y el desafío al sistema. Sin bigotito y con tupé, la historia se repite, ya no en Alemania, sino en Estados Unidos. Sin holocausto y con lo que provea. Pero como en el caso de Hitler, Trump no es tan tonto como se hace.

En la cena de la víspera del Foro Premium del viernes, el exministro de Asuntos Exteriores José Manuel García-Margallo ya nos dijo que había pronosticado el triunfo de Trump con menos ayuda de la intuición que de la historia. Como en entreguerras, el populismo se yergue, avanza y domina, si le dejan, el mundo. Estamos a las puertas de una cadena endemoniada de elecciones en Europa que pone los pelos de punta, como invita a temer ese baratero xenófobo de moña poblada y cana, con rostro de efebo pueril, Geert Wilders, que ayer escupía a la cara decadente de Europa que en su país, Holanda, “hay demasiada chusma marroquí”. Antes, estos excrementos eran residuales; ahora Wilders es el favorito en las elecciones del 15 de marzo. Si gana la ultraderecha en Holanda, los populismos de este corte se las prometerán muy felices en las siguientes citas en Alemania (Frauke Petry) y Francia (Marine Le Pen). Cualquier ciudadano mínimamente preocupado por su futuro inmediato y por el de sus hijos, como decíamos al principio, está tardando en informarse. La ola que viene, como siempre, ya llegó primero a América. Y el mayor faro del populismo es la casa blanca cural que proyecta su foco sobre nuestras cabezas europeas, anunciándonos un futuro euroescéptico y ramplón. Así como llegaron Hitler y Trump al poder usando similares recursos en tiempos propicios -un discurso patriota sobre las cenizas de una crisis-, el viejo sueño de la UE, tras el brexit, amenaza con disolverse en las urnas cinerarias de este año electoral. Margallo nos habló de la afable pareja Obama, de la encantadora Michelle, y de los Clinton, él un amigo desde el minuto uno y ella, fría y tarda en intimar como en reaccionar ante el complot de Trump y Putin con sus correos luciferinos. Margallo citó la maldición de Juncker: “Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos como ser reelegidos después de hacerlo”. Margallo ríe y no calla, dice que dice siempre lo que piensa, cree que en política el silencio no es oro. Por no ser políticamente correcto quizá ya no es ministro. Sin embargo, por hacer lo mismo, Trump es presidente.

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