Agapedeprimidos

No resulta difícil reconocer la tentación social de transformar el significado de los términos, no siempre culposa, para rebajar las exigencias que de su recta comprensión se devienen para nosotros. Suele pasar con términos como perdón, amistad, solidaridad, etc. También ocurre, con frecuencia, con el término «amor». El concepto se reduce, se limita, se sesga, de manera que no son sintamos apelados a entonar culpabilidades por ser incapaces de identificarnos con él. En este caso la tentación tiene una especial gravedad, pues amar es específicamente humano. Amar es la cualidad específica que nos define como personas, de manera que «¿Amo?, Luego existo» parafraseando y superando, sin duda, el discurso cartesiano de la identificación de la existencia con el mero pensamiento. Amar exige cabeza y corazón; no sólo corazón. Amar no es sólo una disposición afectiva, sino afectiva e intelectual. Si no se ama con cabeza, puede que amemos sólo instintivamente. Y eso revista no pocos peligros.

Muchas de las heridas de la vida social son, en el fondo, consecuencias de una incapacidad para amar. Quien ama, dándole al término amor todo su significado, no se corrompe,  no explota a nadie, no miente, no es violento con los otros. Quien ama se compromete. Quien ama ha decidido amar, porque amar exige un acto de todo el ser. Podemos descubrir, sin mucho esfuerzo, que habitamos un mundo con carencia de amor verdadero, agapedeprimido, si vale el término. Personas, matrimonios, familias, instituciones agapedeprimidas son fuente de amargura. Porque somos para amar y ser amados. Y si este no es nuestro ambiente vital, nos reconocemos desnudos de humanidad.

Los pasados días previos al Miércoles de Ceniza, o sea, en el corazón de las fiestas de Carnaval, el Obispo emérito de San Sebastián, Mons. Juan María Uiriarte, dirigió tres días de convivencia y trabajo con los seminaristas de los dos seminarios de las dos diócesis de Canarias. Más de treinta jóvenes reflexionaron sobre los fundamentos de una vida célibe. O dicho de otra manera, sobre la belleza de un amor célibe. Tal vez resulte contracultura, para algunos extravagante, pero si somos en la medida en que amamos, y si amar es el ADN de la condición humana, sólo tendrá sentido una vida entregada a los demás desde la gratuidad, la ternura y el compromiso. Y esta trilogía puede ser esponsal y célibe en igualdad de belleza.

En un mundo deprimido por escasez de amor, enturbiado por una exclusiva vivencia afectiva de las relaciones interpersonales, incapaz de compromisos definitivos y totales, no viene mal que haya excesos de entrega que reparen testimonialmente el mundo y proclamen a los cuatro vientos la belleza de un amor desinteresado, oblativo y cargado de inclusividad.

Es cuestión de «amor» salvar al mundo. Bienvenida la Cuaresma.

 

Juan Pedro Rivero González
@juanpedrorivero

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