Después del terror en Westminster – por Noemí Hernández*

Se rompió el distendido silencio de la oficina cuando las alertas de noticias de última hora de la BBC empezaron a sonar en todos los teléfonos: un coche arrolla al menos a 40 personas en los alrededores del Parlamento

Se rompió el distendido silencio de la oficina cuando las alertas de noticias de última hora de la BBC empezaron a sonar en todos los teléfonos: un coche arrolla al menos a 40 personas en los alrededores del Parlamento.

Una cadena de mensajes entraron al ritmo en el que la noticia se iba expandiendo en los medios de comunicación y en las redes sociales. Se congeló la rutina durante diez minutos. Llamadas a casa, especulaciones e hipótesis sobre quién y por qué y, seguidamente, la vida continuó con una ventana abierta en la pantalla del ordenador donde se actualizaban los datos de muertos, heridos, declaraciones de testigos del suceso y periodistas que cubren su ego al llegar los primeros al lugar de los hechos. Los políticos confirmaron que volverían al Parlamento el día después y escuchamos, una y otra vez, que el terror no amenazará la democracia británica.

En mi oficina, en Holborn, no se escucharon las sirenas de ambulancias o policías, no se cerraron calles ni establecimientos comerciales. A las seis de la tarde del miércoles, tres horas después del atentado en Westminster, a menos de cuatro kilómetros de distancia, el metro y los autobuses transportaban de vuelta a casa, un día más, a millones de ciudadanos.

Hemos aprendido a convivir con el terror. La ciudad. Nosotros.

El alcalde de Londres lo explicó esa tarde: “Tomaremos las precauciones que tenemos que tomar, pero recordemos al mundo que Londres se ha enfrentado a hechos tan horrendos antes”. Y con la misma practicidad, invocando resistencia, a la 9 de la noche del miércoles la primera ministra, Theresa May, salió del 10 de Downing Street instando a la nación para que el jueves fuéramos a trabajar, realizáramos todo aquello que teníamos previsto y, de este modo, estaríamos defendiendo los derechos y las libertades que forjan los valores del Reino Unido, comportándonos con normalidad, asumiendo la conmoción, sin dejar que los terroristas cambien la dinámica del país. Y así ha sido desde el 23 de marzo. Tras los atentados de Francia, Bélgica o Alemania, era cuestión de tiempo que ocurriera un ataque terrorista, aislado o articulado, en una capital tan expuesta como Londres. De hecho, según datos de la Europol, solo el último año ha habido en Europa 211 atentados fallidos, y 103 de ellos, el 48%, han sido en el Reino Unido. El ataque del británico Khalid Masood, en un coche alquilado, arrollando a inocentes en una de las zonas mas icónicas de Europa, era impredecible pero esperable. Para la Inteligencia y para los ciudadanos.

Donald Trump Jr. se mofaba en Twitter del alcalde de Londres Sadiq Khan por reconocer con naturalidad la aceptación de vivir bajo amenazas como la del miércoles. Un tweet vacuo con falta de perspectiva. Este fin de semana, los editores de los periódicos con mayor tirada en el Reino Unido se preguntan si la cobertura continuada de la BBC, 24 horas de detalles y más detalles sobre las víctimas y el terrorista, es la fórmula correcta. Si en realidad debería ser tratado este atentado de la misma manera que cuando se sucedían los ataques del IRA. Menos propaganda, menos promoción: el silencio como intransigencia. ¿Y si estamos inflando el ego del fundamentalismo? El debate puede extenderse hasta el infinito. Londres es una de las ciudades más seguras del mundo. La mayoría de sus policías continúan sin llevar armas, medio millón de cámaras de vigilancia graban lo que pasa en la capital 24 horas, desde 2015 los ejercicios de entrenamiento antiterrorismo no han parado de sucederse y la propaganda gubernamental se ha encargado de asegurar que haya una sensación de confianza ante las herramientas del Estado.

Pero como el drama nos alimenta y la crónica negra prende las conversaciones de cualquier sobremesa, las historias personales y cualquier dato, reseñable o no, sobre quién era o lo que hacía Khalid Masood, “un ciudadano coherente, educado y sonriente, de dientes blancos”, como lo describe un huésped del hotel de Brighton donde pasó la última noche, van llenando los informativos de todas cadenas.

Quizás los residentes en Londres, tácitamente y sin prescripción, están por delante del debate, poniendo en práctica el inherente sentimiento nacional, tan turísticamente promocionado, de: “Keep calm and carry on” (Mantén la calma y continúa).

*PERIODISTA TINERFEÑA AFINCADA EN LONDRES

TE PUEDE INTERESAR