Domingo

Desde que descubrí el rastro, los domingos se me hacen divertidos. Pero, no crean, no aguanto más de una hora y media en la zona y menos en días como el domingo último, que caía sobre Santa Cruz un sol de justicia

Desde que descubrí el rastro, los domingos se me hacen divertidos. Pero, no crean, no aguanto más de una hora y media en la zona y menos en días como el domingo último, que caía sobre Santa Cruz un sol de justicia. Un vago redomado que rondaba la zona proclamaba en voz alta que a él, el sol, y el trabajo, lo mataban. Más bien el trabajo, diría yo. Una bonita metopa concedida a un político y profesional en 2002, reconociéndolo como socio de mérito del Casino de los Caballeros: dos euros. Un reloj estilo art-decó, pero con maquinaria moderna, de cuarzo, cinco euros. Un libro, segunda edición, del Aula de Cultura del Cabildo, de Alejandro Cioranescu, sobre Colón y Canarias: diez euros. Un cajón de mercancías (probablemente de vinos, no sé), del siglo XIX, trayecto Liverpool-Tenerife, de Yeoward: 15 euros. Le voy a dar barniz ligero y me quedará una mesa preciosa. Y una vieja metopa del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz: de regalo, por haber comprado el cajón. Lo que les dije en otra ocasión, la historia de Santa Cruz desplegada sobre el patio de laureles del viejo cuartel de San Carlos, pero que a mí me ha solucionado los domingos, que antañazo eran tremendamente aburridos. Y, además, hablo con los taxistas, que despotrican de Bermúdez porque se pone a organizar maratones los domingos y les corta la ciudad en dos. Uno me dijo: “Este no se da cuenta de que la gente quiere ir a la playa, porque hay solito, y va y les corta la avenida de Anaga”. A los alcaldes de Santa Cruz, desde Hermoso, les encanta joder la ciudad, cortarla por la mitad, unas cuantas veces al año. Debe ser que eso se pega. Total, que el rastro me encanta.

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