Estos Carmelos – Por Ángel Arenas

La última vez que estuve en Madrid, de paso para Angola, adonde fui a hacer un reportaje para Radio Miami sobre lo que quedaba allí de las tropas cubanas, pasé por El País, porque me lo pidió Carmelo

La última vez que estuve en Madrid, de paso para Angola, adonde fui a hacer un reportaje para Radio Miami sobre lo que quedaba allí de las tropas cubanas, pasé por El País, porque me lo pidió Carmelo.

Lo he recordado ahora porque me llamó esta semana para preguntarme por hoteles en Angola. Ignoro qué se tendrá entre manos. Le dije que hay, que son malos, pero que tienen agua en las habitaciones, no como en muchos hoteles de su isla, y él sabe por qué se lo digo.

En todo caso, me acordé por esa pregunta sobre Angola de lo que pasó en Madrid (y en Angola) en aquel entonces. Estaba en el aeropuerto, a cuatro pasos del periódico de Miguel Yuste, y allí me esperaba un paquete. ¿Qué hacía un paquete de Carmelo Rivero a mi nombre en la recepción de El País? El paquete decía, en el sobre acolchado: “Para Ángel Arenas, que pasará por ahí”. En efecto, allí estaba el sobre, una señorita que dijo llamarse Encarna agarró el teléfono, marcó los números que entonces se marcaban y dijo, simplemente:

-Carmelo, ya está entregado.

Estaba todo perfectamente sincronizado. Era frecuente que él y su hermano Martín enviaran paquetes (de fotos, de crónicas, de otros efectos) a la Redacción del periódico del que eran corresponsales; el mensajero era su padre, al que parecían divertir estos encargos de los dos hijos periodistas. En esta ocasión añadieron ese paquete que yo debía llevar a Angola, ignoraba entonces para qué.

Llegué a Angola, me alojé en el hotel donde había quedado con algunos de los cubanos que permanecían allí, y esperé pacientemente a que ellos contactaran conmigo. En un momento determinado de aquella espera sonó el telefonillo de mi habitación.

-Lo espera un señor.

¿Un señor? Esperaba a algunos señores. Bajé y en efecto había un señor que se dirigió a mi con el sigilo de James Bond.

-¿Ángel Arenas?

-El mismo.

-¿Me trae usted un paquete desde Madrid?

En ese momento me di cuenta de que Carmelo no había dicho exactamente quién vendría a buscarme el dichoso paquete. Se lo dije al señor, un tipo con traje y corbata, más blanco que el papel de cartas. Y él me explicó en seguida: “El sobre tiene una contraseña”. La contraseña era un dibujo al que yo no le había prestado ninguna atención, pero que el hombre me describió sucintamente: era un Teide tachado, con colores arenosos, presidiendo un océano de nubes.

Subí a la habitación, le bajé el sobre y le pregunté:

-¿De qué va este misterio?

-Ya se lo aclarará Carmelo algún día.

Hasta hoy estoy esperando.

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