¡Sí es no!

El ¡No es no! de Sánchez se ha mudado, la travesía del desierto orgánico ha dejado huella en el aspirante, animándolo a girar la idea, endulzándola, puliéndola con una vuelta de tuerca que lo acerque a las bondades del sí pero sin renunciar a las potencialidades del no. ¡Sí es sí!, corean ahora. Saben sus asesores, y también él, que el ¡No es no! tiene pegada emocional pero escaso recorrido cuando abandona el jardín de las pasiones para adentrarse en el de las razones. Saben sus asesores, y también él, que el relato del ¡No es no! con la mano izquierda da opciones en unas primarias, cierto, pero con la derecha cierra cualquier posibilidad de ganar unas elecciones generales. El problema de los socialistas es que la permeabilidad de los militantes con el hilo conductor de Sánchez se vuelve impermeable a ojos de millones de potenciales votantes de centro-izquierda que huyen del ¡No es no! o de cualquier discurso emparentado con el de Iglesias. Como ocurre con muchas disciplinas deportivas, en la política de este país quien pierde el centro de la pista difícilmente acaba ganando el partido o, en su caso, las elecciones. Si gana Sánchez pierde el PSOE. Los militantes no siempre piensan lo mismo que quienes dan o quitan noches de gloria electoral. El militante tiende a ser más visceral que aquellos que, al otro lado de las puertas de las sedes, compran un discurso menos agradecido pero más útil, capaz de llegar a más, puede que más frío, de acuerdo, pero lo que el PSOE necesita no es tener a unos pocos muy emocionados sino a muchos bastante movilizados. Ese ¡Sí es sí! que propone Sánchez conlleva un ¡Sí a Sánchez es no a las posibilidades electorales del PSOE! Si gana Sánchez y el PP le convoca elecciones, los militantes amanecerán sobre los restos del mayor naufragio que hayan vivido los socialistas.