Vidas con precio

Ya son varias las ocasiones en las que hemos distinguido en estas páginas los términos «valor» y «precio»

Ya son varias las ocasiones en las que hemos distinguido en estas páginas los términos «valor» y «precio». En el título hemos puesto conscientemente, y vinculado al términovida, el término precio. ¿Qué vidas tienen precio? ¿Qué vidas cuestan dinero? ¿Tiene la vida humana precio? Estas cuestiones son necesarias llevarlas a la reflexión personal y, sobre todo, al ámbito del debate social. No todas las cosas tienen precio. No todo se puede comprar. Hay realidades a las que sólo les viene bien la consideración de realidades valiosas.

Tal vez haya quien pueda pagar una noche de placer. Pero difícilmente podrá comprar el amor. Lo mismo ocurre con las personas. Podremos comprar una mascota, un animal de compañía o para nuestra cabaña ganadera. Podremos comprar una casa o una huerta. Pagamos por cualquier cosa. Pero no es digno de la condición de persona que tenemos todos los seres humanos el pagar un precio por una persona. Ni siquiera cuando oímos decir a un periodista deportivo que tal jugador cuesta tantos millones de euros, lo que significa es que tiene una cláusula de rescisión de su contrato de dicha cantidad, y lo que se paga es esa rescisión, no el jugador. Ningún equipo compra jugadores, sino que firma contratos de prestación de servicios a jugadores. De no ser así, podríamos decir que seguimos estando en la época de la justificación social de la esclavitud en la que vidas humanas tenían precio y entraban en transacciones económicas. Nadie puede comprar a nadie. Puede comprar algo, pero no a nadie. Se puede pagar por los «que», pero no se puede pagar por los «quien».

Dicho esto, volvemos a hacernos la pregunta: ¿Hay hoy, en nuestra sociedad, un respeto a la vida humana de esta forma? ¿Todos estamos de acuerdo en que la vida de las personas no tiene precio? ¿Mantenemos la altura de la Declaración Universal de los Derechos Humanos otorgándole a la vida de las personas un «valor» fundamental?

Cada cual puede responder con la sinceridad que desee. Pero tengo para mí que las reivindicaciones sociales del derecho a la adopción pueden ubicarse en el mercado más que en la bella zona de la gratuidad. Tengo para mí que la «maternidad subrogada», recientemente tan referenciada en los medios de comunicación, se ubica mucho mejor en los ámbitos financieros que en los correspondientes a la gramática del don. Un hijo no tiene ni puede tener precio. Y quienes ponen precio a la «producción» de una vida humana se olvidan que lo que le conviene a la dignidad de la persona es sólo la «procreación». Los humanos procreamos, no nos reproducimos. Precisamente porque no podemos reproducirnos, pues somos genuinamente originales e irrepetibles.

No hay precio para lo que vale toda vida humana. Diga lo contrario quien lo diga.

@juanpedrorivero

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