Carlos Saura: “Soy más reconocido fuera. He pensado irme, pero siempre me quedo”

En la inauguración de la exposición fotográfica 'Carlos Saura. España, años 50', que ocupa el Espacio Cultural CajaCanarias de La Laguna, el reconocido cineasta y fotógrafo apareció con una Fujifilm colgada al cuello
Carlos Saura entrevista
Carlos Saura entrevista
Carlos Saura, cineasta, escritor y fotógrafo. / SERGIO MÉNDEZ

En la inauguración de la exposición fotográfica ‘Carlos Saura. España, años 50’, que ocupa el Espacio Cultural CajaCanarias de La Laguna, el reconocido cineasta y fotógrafo apareció con una Fujifilm colgada al cuello. En la entrevista, que tuvo lugar al día siguiente en el Iberostar Grand Hotel Mencey, la cámara seguía siendo su acompañante, su complemento. Nunca se separa de la máquina porque, “no se sabe lo que puede pasar”, asegura entre risas. Esa previsión suya le ha convertido en uno de los directores más relevantes de la historia cinematográfica nacional. Así comienza la entrevista…

-¿No se descuelga de la cámara nunca?

“Por la noche me la descuelgo [ríe]. Siempre la suelo llevar conmigo, por si acaso, nunca se sabe. Además, me gusta tomar fotos de lo que me interesa y tener todos los días la sensación de capturar el tiempo en una imagen”.

– ¿Siempre es el mismo complemento? ¿Cuántas cámaras tiene?

“Tengo más de 700 cámaras. Pero solo uso las digitales, las analógicas las guardo como si fueran piezas de colección. El mundo de las cámaras ha cambiado tanto que las analógicas son casi de museo”.

-Se muestra orgulloso de haber apostado desde el principio por las cámaras digitales. ¿Fue el primer cineasta español en hacerlo?

“Yo creo que sí, en España fui de los primeros. Siempre he estado muy atento a los adelantos técnicos, tanto en el cine como en la fotografía. En aquella época, tuve la oportunidad de comprar una de las primeras cámaras digitales viables, en Japón. Antes hubo otras, pero no se podían utilizar ni tenían calidad. Esta cámara estaba en japonés y tuve que buscar en la casa Fuji algún técnico que me enseñara a utilizarla o a traducirla”.

-Y desde ese momento al actual, que llevamos la cámara en el bolsillo, en nuestros móviles…

“Me parece bien que se tomen más fotos, pero se ha terminado por banalizar esta profesión y lo peor es que muchas de esas imágenes se terminan perdiendo. Yo soy de los que piensa que si una foto tiene valor, hay que guardarla en formato físico. Lo digital es demasiado evanescente; a lo mejor tienes que eliminar fotos del móvil porque no te caben más cosas o el disco duro se rompe. Pero, aunque lo lamente mucho, en un futuro dejaremos de usar las cámaras fotográficas como esta [señala su Fujifilm], para utilizar móviles como ese [señala mi móvil]”.

-La exposición reúne 90 imágenes de España en los años 50. En plena dictadura franquista, ¿tuvo miedo de revelarlas?

“Cuando tomé estas fotos yo debía ser muy insensato porque nunca tuve miedo, era bastante joven. Simplemente veía lo que estaba pasando y tomaba las fotos con la idea de publicar un libro algún día, y no fue posible hasta ahora. Estas no son las únicas tomas que hice, tengo miles y miles de fotos de aquella época”.

-En varias entrevistas decía que era Elías Querejeta el que se enfrentaba a la censura de aquella época. ¿Cómo sorteaban las barreras franquistas?

“Eso era cosa de Elías. A mí nadie me ha dicho nunca lo que debo o no grabar”.

-¿Y la autocensura?

“Siempre se tiene autocensura, todos la tenemos. Aquí es muy delicado hablar de temas sexuales, del Ejército, de la Iglesia. En el fondo siempre sabes hasta dónde puedes llegar. Si traspasas la línea, te expones a lo que venga”.

-De todas las imágenes que cuelgan del Espacio Cultural lagunero, ¿recuerda alguna historia, alguna anécdota?

“Esto fue hace muchos años y casi no lo recuerdo. Mi conexión con esta muestra, de igual forma, no está en las historias, sino en los ambientes, el retrato de una España tan diferente a la actual. Lo más interesante de esta exposición es el contraste; cómo en tan poco tiempo, todo ha cambiado tanto. La España de los 50 y la de ahora no se parecen en nada, ni en la forma de vestir ni en la forma de ser de los españoles. Ahora parece mentira que esas fotos hayan pasado, que ese mundo existiera. Retraté zonas muy reprimidas de España que realmente parecen ciudades medievales”.

-¿Mientras fotografiaba se daba cuenta de la importancia política o social de sus imágenes?

“Nunca he intentado hacer demagogia con la fotografía. Nunca. Simplemente, pretendía mostrar una realidad diferente a la que daba el régimen franquista”.

-También hay una sección en la muestra en la que los toros son los protagonistas…

“Mi primera película, Los golfos, hablaba del mundo taurino. En esa época me hice amigo de toreros, porque me interesaba. Siempre he dicho que las corridas son preciosas, sobre todo, cuando sale el toro y el torero se presenta con su capote. Es una cosa única en el mundo, lo que viene después, no me interesa. Las banderillas y todo esto me parece una crueldad. Pero el principio, es una maravilla. Ese toro con esa furia, y ese torero allí, con su valentía, de pie”.

-En los 50 retrató a una España reprimida y sumida en la pobreza, pero, ¿era este su estilo de vida?

“En ese momento yo vivía de la fotografía, sobre todo, cubría los festivales de música y danza. Ganaba un sueldo, el suficiente para sobrevivir. Además, vivía con mis padres, tenía tan solo 20 años. Mi vida era muy cómoda entonces porque mi familia era burguesa. Cuando veo esas fotos, también veo el contraste entre lo que yo era y lo mucho que yo tenía, y lo poco que tenía esa gente que sufría tanto”.

-En su casa convivió el arte…

“A mis padres les tengo que agradecer que nunca nos dijeran, a mis hermanos y a mí, lo que teníamos que hacer. Cada uno eligió su camino. Mi hermano la pintura, yo el cine y la fotografía y mi hermana escribía muy bien y se dedicó a acumular carreras, le dio por tener varios títulos. Al final, nos robábamos las ideas los unos a los otros. Esto suele pasar entre los hermanos. Hasta que un día acabé indignado con ellos, porque me estaban robando mis recuerdos”.

-¿En qué momento decide frenar la fotografía para dedicarse al cine?

“Fue un momento realmente dramático que marcó un antes y un después. Estaba trabajando en mi primera película, en 1959, Los golfos, cuando me llegó una propuesta de la revista francesa Paris Match, de las más importantes del mundo, para trabajar con ellos. Fue de las decisiones más difíciles de mi vida, porque esa propuesta es el sueño de cualquier fotógrafo. Pero, al final decidí dedicarme al cine. Fue un riesgo que asumí”.

-¿No se arrepiente?

“Con más de 40 películas, creo que no [ríe]. Y aquí sigo”.

-¿Su cine es ya un clásico?

“Nunca me he preocupado de eso”.

Carlos Saura entrevista
Carlos Saura, cineasta, escritor y fotógrafo. / SERGIO MÉNDEZ

-Siempre le preguntan por su película La caza. ¿Se ha cansado de hablar de este largo?

“Yo no sé qué ha pasado con esa película en los últimos años, pero parece que está de moda. Todo el mundo me pregunta por ella. La gente dice ahora que esta es mi mejor película. Yo no lo creo. Es una buena película, pero para mí, no es ni de lejos la mejor. Su reconocimiento en la actualidad me parece que es más producto de una moda. Antes nadie había hecho caso de La caza”.

-¿Qué habrá pasado para que se convirtiera en una moda?

“Creo que se debe a que mi cine vive en una especie de espiral. Era conocido cuando empecé. Dejé de ser conocido en España poco tiempo después. Comencé a sonar fuera de aquí, y ahora, quizá por mis años, se vuelven a reconsiderar mis películas”.

-En este sentido, ¿cuál considera que es su mejor película?

“Mi mejor película es una de las últimas que he hecho: Io, Don Giovanni, que narra la construcción del Don Juan de Mozart, y que se rodó entre España e Italia. Es un largometraje muy difícil de ver en este país, porque ha tenido problemas de producción. Se hicieron algunas copias en Italia, Francia y España, pero son muy difíciles de encontrar”.

-En estos tiempos, ha hecho muchos documentales sobre folclore. ¿Por qué esa afición?

“No son precisamente documentales, tampoco son exactamente sobre folclore. No son documentales porque en ellos hay una invención, un intento de renovar las cosas, y por tanto, tampoco podemos decir que es folclore. En estas películas se ha tratado de innovar en el flamenco, en las sevillanas, en los fados. Por otra parte, es verdad que es un género muy raro, porque no es un documental, pero tampoco una película de ficción. Nadie sabe dónde situarlo. Pero, son largometrajes hermosos que no tienen argumento, solo transgresión. En este sentido, hay una gran labor de investigación por mi parte sobre todos esos números”.

– ¿Ha pensado alguna vez colgar la cámara?

“Me gustaría hacer todavía más cosas de las que hago, pero tengo muchos proyectos que no saco adelante por los productores”.

-Ahora, Canarias se ha convertido en un gran plató de cine. ¿Grabaría en estas Islas?

“Nunca pensé en Canarias porque no tenía un tema concreto que grabar aquí. El Teide, por ejemplo, que visité esta semana por primera vez, es una maravilla, pero ahí solo se puede hacer una película de acción. Yo no conozco a Canarias lo suficiente como para saber qué cosas puede aportar a mis películas. De este Archipiélago solo conozco Lanzarote, esta es mi primera vez en Tenerife, también estuve en Las Palmas. No obstante, yo tengo una experiencia en las islas volcánicas, porque viví un tiempo con Geraldine Chaplin en Hawái”.

-¿Cuánto han influido en su cine y en su fotografía todas sus mujeres?

“Mucho. Yo soy muy influenciable. Y es cierto, cada vez que comienzo a convivir con una mujer, su presencia me marca muchísimo en todos los sentidos. No solo por mis hijos, también por todo lo que me aportan. Por ejemplo, cuando vivía con Geraldine, me acerqué mucho a la cultura anglosajona. Ella es una mujer culta e inteligente, aprendí mucho de esa relación. Cada una tiene su cosa. Y ahora con Eulalia Ramón tengo una hija preciosa que me acompaña siempre, Anna”.

-¿Le queda alguna espinita clavada con el cine?

“Todavía me quedan muchas películas por hacer. Tengo cuatro o cinco guiones que no he hecho nunca. Por ejemplo, una historia sobre Felipe II, que siempre he querido rodar”.

-El cine español parece que ha dado un giro en los últimos años y ha derivado en una especie de comedia americana. ¿Cómo ve estos nuevos géneros?

“En España siempre hemos tenido ese tipo de comedia frívola en las carteleras. De hecho, es lo que ha mantenido a la industria antes y después del franquismo. A mí, particularmente, no me interesa, yo voy por otro lado. No obstante, no tengo nada en contra de ese tipo de cine. Yo estoy más en contra de ese tipo de cine que nace de modas y que no es original. Ahora hay tantos thrillers, por ejemplo, ese género ya lo he visto miles de veces en películas de todo el mundo. Yo siempre he intentado evadirme, liberarme, de esas modas”.

-Ser un director con un estilo tan personal debe ser complicado en la actualidad…

“Complicadísimo. A mí me cuesta mucho hacer una película ahora. Tengo tres o cuatro proyectos en mente y solo estoy produciendo uno. Y con suerte. Se trata de una película muy parecida a Tango”.

-Cuenta con decenas de premios internacionales…

“En mi casa ya no caben. Algunos los tengo amontonados en un rincón”.

-… Pero solo tiene Goyas por ¡Ay, Carmela! de 1990.

“Sí, a mí solo me han dado el Goya a mejor dirección y guión por ¡Ay, Carmela! Nunca me han dado otro. Solo se los han dado a actores de mis películas”.

– ¿Ha pensado irse fuera del país?

“Mi cine es más reconocido fuera de España. He pensado irme, pero al final siempre me quedo. Es ahora cuando mi cine comienza a ser reconocido en España, porque tengo una aureola de director que antes no tenía. Lo dicho, son modas. Yo he hecho muchas coproducciones, con México, Francia, Argentina o Italia, y eso me mantiene conectado con el exterior”.

-¿Con qué actores o actrices le gusta trabajar?

“Con los buenos [Ríe]”.

-¿Y quiénes son los buenos?

“En España hay muchos. Yo he trabajado con grandes figuras del cine español que han dejado huella, como Paco Rabal. Eran actores como el vino, con el tiempo eran mejores. Todos ellos terminaron siendo grandes amigos”.

-Por ser ayer el Día del Libro, ¿qué obra literaria le ha marcado?

“Es muy difícil elegir un solo libro, pero sí puedo elegir a un autor que ha influido mucho en mi obra, es Borges. Me gusta leer desde Kafka hasta Calderón, e inspirarme con su arte”.

CARLOS SAURA Y LA INFLUENCIA DE LOS HERMANOS Y LAS MUJERES

Carlos Saura nació en Huesca, el 4 de enero de 1932, en el seno de una familia burguesa. Creció junto a sus hermanos, Antonio y Ana, que influyeron -y tanto- en su arte. Dice Carlos Saura que entre los tres “se robaban las ideas”. “Esto es una cosa normal entre hermanos, pero un día me enfadé porque estaban robando hasta mis recuerdos, entonces llegamos a un acuerdo”. Antonio, con su pintura, y Ana, con su literatura, motivaron en él la pasión por expresar pensamientos e ideas. Su familia le dio la fortuna, en pleno régimen franquista, de poder dedicarse a lo que quería, sin estrecheces.

Sin embargo, la mirada de Carlos salió de las zonas acomodadas y se fijó en el drama social que se vivía en aquella época en la mayor parte del territorio nacional. Su caso no era la norma, como pudo creer en su infancia. En plena década de los 50, él vivía en la excepción. No dudó nunca en retratar aquella cara, aquel país, que asegura, “es incapaz de reconocer ahora en la fotografía”. También influyeron en su cine todas sus mujeres. Mercedes Pérez, Eulalia Ramón, Adela Medrano y Geraldine Chaplin. “Primero por mis hijos, luego por la forma de ser de cada una, sus gustos y sus aficiones”, relató en la entrevista. Carlos Saura debe mucho más a los que le quedan cerca: a los suyos.

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