Carta de reyes

Lo confieso, y lo hago sin ánimo de molestar, que el formato que ha envuelto su visita me parece antiguo, viejuno, desfasado.

Lo confieso, y lo hago sin ánimo de molestar, que el formato que ha envuelto su visita me parece antiguo, viejuno, desfasado. Yo confieso, y conste que lo hago serena, relajada y constitucionalmente, que veo en el ritual Disney Channel que ha empapado la agenda real una fórmula que pudo tener sentido cuando los padres pero no, ya no, en los tiempos del hijo. Yo confieso, y lo hago sin militancias republicanas, que creo que con la que ha caído (y cae) el rey debería ir a más como jefe de Estado, viendo, sí, escuchando, también, tomando nota, magnífico, pero abandonando gradualmente un guion que lo acerca más al cuento infantil que al estadista que debe y puede llegar a ser. Yo confieso, y lo deslizo sin voluntad de incordiar, que echo en falta que la presencia del rey huya de la crónica rosa (cursi, algo infantil) y refuerce el relato político, es posible, puede, hay espacio de sobra para hacerlo sin deslizarse en el territorio del poder ejecutivo. Yo confieso, y lo apunto sin vocación alguna de aguar la fiesta o de flirtear con lo políticamente incorrecto, que prefiero un rey útil que uno afable; y, siendo así, considero que los espaldarazos a la ciencia o a la cultura son necesarios, vale, de acuerdo, pero que estas visitas cundirían bastante más si le mostraran una foto verdaderamente completa de la realidad que late al sur del sur del Reino de España. Yo confieso, y no suelo, que este rey me cae bien; compartimos año de nacimiento y, como soy un flojo, desde niño he tenido la sensación de que envejecemos juntos. Sé, y sabemos, que la monarquía propicia las vertientes emocionales -cercanía, selfies, normalidad-; ahora bien, no deben limitarse a eso, ya no. Yo confieso, y lo hago sin ánimo de molestar, que el formato me empalaga. Yo confieso, y lo hago muy constitucionalmente, que echo en falta que potencie su condición de jefe de Estado o, ya puestos, que seamos más ciudadanos que cortesanos.

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