La guerra, total

El patio -este mundo- está en ascuas, o patas arriba, decía Galeano, a la espera de acontecimientos funestos por supuesto, porque las pocas luces del liderazgo que campa marcan tendencia y acaban entronizando un pesimismo de Murphy a lo bestia con una fastuosidad fatídica que asusta

El patio -este mundo- está en ascuas, o patas arriba, decía Galeano, a la espera de acontecimientos funestos por supuesto, porque las pocas luces del liderazgo que campa marcan tendencia y acaban entronizando un pesimismo de Murphy a lo bestia con una fastuosidad fatídica que asusta: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Siempre es posible que, incluso, empeore la cosa, no nos hagamos ilusiones en vano, predicen todos los agoreros refocilándose en la desgracia oficial vigente.

¿Qué hemos hecho de nosotros hasta sucumbir en un fatalismo tan perseverante en todas las latitudes del globo a la vez, con tal psicosis del desastre que se defiende a sí misma de un modo tan eufórico frente al éxito eventual del sí oponiendo su tajante éxito del no a la paz en las precisas circunstancias en que estamos al borde de un conflicto nuclear? ¿Eh? El brexit y el referéndum de la paz en Colombia cumplieron con esa maldición, que se guionizó sobre la marcha con visos de nuevo dogma imperante; luego sobrevino el triunfo inexplicable de Trump, y ahora suenan, como digo, tambores de guerra nuclear como si tal cosa, y no sabemos qué hacer: si pensar en modo pacifista como antiguamente, que era una suerte de línea editorial de los grandes estadistas tras la Segunda Guerra Mundial, o en la clave bélica moderna que se impone en la sonrosada dialéctica de unos y la barriguda obcecación de otros, como en una nueva línea de ropa de todo discurso populista que se precie en la actualidad.

No hay pronóstico que valga estos días si no es traumático y, a poder que sea, apocalíptico. Es lo que se cotiza alto. En la hoja de ruta -que fue la penúltima expresión manida antes de que llegara la posverdad a embobarnos a todos- de los grandes dirigentes estaba, hasta el otro día, la paz como monotema. Y ahora es el anatema de las agendas dictatoriales de los demócratas que se perpetúan en las urnas, como Erdogan o cualesquiera otros. Ya las dictaduras -y las disfrazadas de democracias son las peores- no se reducen al monopolio de las repúblicas de América Latina, cuyas secuelas son esos madurazos de ahora. Trump, al norte, es y será un legítimo dictador durante los ocho años que marcan los relojes de la Casa Blanca, el tiempo medio de sus poderosos inquilinos. Putin, asimismo, es un dictador irremediable que lo lleva en la sangre (a los opositores los detiene o hace desaparecer, cuando no aparecen como ayer en Tenerife), con los ciberataques que haga falta.

De manera que la paz pasó de moda como latiguillo programático y ya solo el papa la usa de estrambote cuando alza la mano y bendice a los apóstatas de la guerra alternativa. ¿Atacará Trump a Kim Jong-un, o viceversa, que es de lo que se trata a estas alturas del guión? ¿Estamos a las puertas de la primera guerra nuclear no unilateral de la historia? ¿Qué se cuece, en realidad, bajo la respuesta del magnate contra el gas sarín de Siria mientras daba cuenta de un postre de chocolate con Xi Jinping? ¿Y detrás de la bomba más potente de su arsenal convencional contra las cuevas islamistas de Afganistán? ¿Y en esa maniobra de alta tensión del portaaviones tocahuevos Carl Vinson y todo ese grupo naval en las mismas narices del norcoreano?
¿Que se está mascando? Si quieres guerra nuclear, tendrás guerra total, respondieron a Trump desde Pyongyang, antes de lanzar el sábado un misil que por lo visto se les pifió en el aire. Pero todo esto huele mal. Y un tercio de los rusos cree posible una guerra con Estados Unidos. La guerra, total.

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