Lo peor está por pasar

Suelo ir siempre al mismo mercado, mitad cubano mitad caraqueño, de mi barrio. ¡Hay gofio! Carmelo no me cree que yo pueda comprar gofio en Miami. "¡En Miami hay de todo, muchá!"

Suelo ir siempre al mismo mercado, mitad cubano mitad caraqueño, de mi barrio. ¡Hay gofio! Carmelo no me cree que yo pueda comprar gofio en Miami. “¡En Miami hay de todo, muchá!”. Esta semana le envié una lata de gofio, de las antiguas de Nescafé, para que ya se diera por vencido. Le añadí la receta que ponen en la cubierta del envase: la receta del gofio con plátanos. Cuando la recibió él me llamó por teléfono:
-¡Tolete! Si aquí lo hacemos igual…
Con una diferencia, le dije, ustedes usan agua dulce y aquí se dice que pongamos agua de mar.
-¡Allá tú!
Le hice caso. Le quité la sal al gofio con plátanos y creo que por una vez mi director está en la verdad: es más sabroso con agua dulce.
Por si no se saben la receta: se toman dos plátanos bien maduros, se envuelven en gofio abundante, se amasa todo hasta que se hace una pelota (como las pelotas de trapo de antes) y luego se vuelve a poner gofio por encima hasta darle el aire de un postre beis.
Luego se le da a los muchachos y se ponen robustos y sanos… como Carmelo Rivero. Para ser director de periódico, me decía Rial, que fue director mío en El Nacional, hace falta mucho gofio y, si eres periodista de verdad, mucho plátano.
-¿Mucho plátano, director?
Sí, para que te acostumbres a evitar la cáscara en la que solemos resbalar los directores.
Así pues, voy a ese mercado mitad caraqueño mitad cubano… ¡a comprar gofio canario!
Y hace una semana me avisó una dependiente: “Prepárese, Caracas se va a pegar fuego”. Yo pensé que era la clásica caraqueña alarmada. Una caraqueña alarmada ve fuego por todas partes. Y esta ve fuego ahora en cada palabra que escucha.
Pero en esta ocasión tuvo razón. Lo dijo y pasó. Como un oráculo del malestar, me guió con sus palabras hacia el origen de la trama que encendió Maduro en su horrible discurso contra Borges, el presidente de la Asamblea Nacional, al que trató como para hacer sobre su cabeza una diana sin flores, con mierda.
A partir de ese señalamiento, Caracas es ahora un polvorín que ya conoce la sangre de las revueltas. Me da pena, dolor, me produce una enorme melancolía ver ese país, gracias al que me hice, rompiéndose en pedazos.
Ni la hermosa perspectiva del pasado (ese gofio con plátanos que me daba mi madre al volver de la escuela, la paz de Bellomonte, la hermosa vista de Monte Ávila) me dan energía para superar este momento tan grave de un país que es también nuestro, de los canarios.
Así que con mucha melancolía veo ahora los plátanos y el gofio como un símbolo de la Caracas en la que fui feliz. Pero me voy a comer esta pelota de gofio como si así me burlara del tiempo malo y hallara energía para soportarlo.
Es lo que le dije a Carmelo:
-El gofio no hace la felicidad, pero la resguarda.

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