No quería preocupar a mi madre

No quería preocupar a mi madre y se ha enterado toda España. Así, con un simple tuit, resumió días atrás José Coronado (el actor) la que se le vino encima tras sufrir un infarto; y algo parecido habrán pensado quienes en los pasillos ministeriales

No quería preocupar a mi madre y se ha enterado toda España. Así, con un simple tuit, resumió días atrás José Coronado (el actor) la que se le vino encima tras sufrir un infarto; y algo parecido habrán pensado quienes en los pasillos ministeriales (Industria, otra vez) pretendieron gestionar sigilosamente lo del telurio y han logrado que se enteren hasta los cangrejos. El Estado vuelve a tropezar con la misma piedra. Hay quienes no se han enterado de que la lealtad institucional no se agota en las escenas de sofá o los selfies presupuestarios. El error se resume en la manía de tratar a los canarios como menores de edad a los que no se debe contar según qué cosas, excluyéndolos de forma sistemática de lo que cabría describir -a ojos del Estado- como conversaciones de mayores. El reiterado hábito de mantener a las instituciones de las Islas al margen, arrinconadas con un apagón informativo, acarrea la penitencia de hacer frente a alarmas o exigencias a veces precipitadas cuando alguien -este periódico, en este caso- le da al interruptor.

Es pronto para pedir que se firme ante notario que el telurio nos pertenece. Las preguntan sobran, las respuestas aún escasean. Ahora bien, siendo aconsejable algo de cautela, o que no se pierdan de vista las líneas que separan lo posible, probable o explotable, sí resulta pertinente solicitar la información que el Gobierno de Canarias debe tener en éste u otros hallazgos y actividades. Las comunidades autónomas no pueden enterarse por la prensa de los asuntos que les afectan. Especialmente en el caso de Canarias la información debe fluir, con lealtad y sin caer en el vicio de tratar a los canarios como menores de edad que no deben escuchar según qué conversaciones de adultos. Tarde o temprano todo acaba sabiéndose. No hay madre a la que se le pueda ocultar un infarto, ni Islas a las que puedan silenciarles el telurio.

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