Realismo nacionalista

Los nazis persiguieron a casi todo el arte occidental, al que consideraron “judío”, “decadente” y “degenerado”

Los nazis persiguieron a casi todo el arte occidental, al que consideraron “judío”, “decadente” y “degenerado”. Una persecución que, sin embargo, no les impidió expoliar ingentes cantidades de ese arte. En su lugar propugnaron un arte “ario”, al servicio de su política. Lo mismo ocurrió con el comunismo soviético, que reprimió como “burguesa” y “contrarrevolucionaria” toda manifestación artística que no se ajustara al “realismo socialista”. Y hasta el franquismo tuvo su arquitectura y su escultura características. Todos los totalitarios buscan el control del arte -y de la educación- porque buscan controlar todo espacio de libertad humana y de creación intelectual. Son los mismos que en nuestros días han propuesto seriamente destruir el Valle de los Caídos y multitud de monumentos de esa época. Habría que destruir entonces, entre muchos otros, el Escorial, obra de la cuestionable política de Felipe II, y los retratos de los Borbones traidores, Carlos IV y Fernando VII, pintados por Goya. O, al menos, cubrirlos con un repostero.

Pues bien, ahora resulta que nuestros particulares nacionalistas, en su afán por reescribir la historia, han cruzado la raya roja de la libertad intelectual y de expresión artística, y han montado artificialmente una -bochornosa- polémica sobre los dos cuadros que presiden el Salón de Plenos del Parlamento de Canarias. Se trata de dos obras del artista palmero Manuel González Méndez, el pintor canario más destacado e internacional de su época, unas obras representativas del romanticismo tardío y fruto de un encargo de 1906, cuando el edificio pasó a ser sede de la Diputación Provincial. Una de las pinturas representa -idealizada- la entrega como rehén de una joven guanche grancanaria pariente del clan gobernante; y la otra la fundación de Santa Cruz de Tenerife, en la que unos franciscanos se arrodillan ante la Cruz, como han hecho siempre todos los cristianos. En particular, no entendemos los reparos a esta segunda obra, unos reparos que reniegan de los orígenes -y del propio nombre- de la capital tinerfeña. Lo coherente sería solicitar también, al mismo tiempo, la eliminación de la Cruz, de Cristo y de todas las vírgenes y santos de los topónimos canarios. Y prohibir en las Islas todos los actos públicos cristianos, incluyendo la Semana Santa, porque el cristianismo lo trajeron los conquistadores. En cuanto al primer cuadro, se han dicho cosas tan de vergüenza ajena como que representa una escena que hoy sería un delito. Una bonita forma de enjuiciar una obra de arte, hay que reconocerlo. De la obra de Goya, por ejemplo, no se salvaría casi nada.

Algunos han sugerido que los cuadros se tapen con un repostero, lo que sería un bochorno nacional muy propio de nuestros políticos, que prefieren ocultar y no ver la realidad. Por el contrario, nos parece que a los que habría que ocultar pudorosamente son a los que han iniciado este absurdo y ridículo asunto.

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