El rey no es chauvinista, ni nacionalista

Hay dos o tres perfiles de Canarias, que dignifican su imagen exterior y la hacen perfectamente exportable como laboratorio y lugar con capacidad de iniciativa

Hay dos o tres perfiles de Canarias, que dignifican su imagen exterior y la hacen perfectamente exportable como laboratorio y lugar con capacidad de iniciativa. Este es un rasgo que siempre me ha parecido nuestra mejor seña de identidad. ¿Canarias? Un pueblo con iniciativa. Las legiones de emigrantes, desde siglos atrás, son un claro ejemplo de ello. Y la audacia científica sin fronteras que transmiten los investigadores del cielo, de las enfermedades tropicales o de la plataforma oceánica de Taliarte comparten ese instinto que forma parte de nuestro ADN.

Han venido los reyes de visita y prestamos atención a sus palabras. Suelen traer los reyes una mirada global que nos despeja las calimas del interior mustio y contrariado del isleño, que es un personaje antagónico, un tanto bipolar, cuyo estado de ánimo oscila entre el solipsismo de un náufrago ermitaño que nos habita desde el origen de los tiempos y esa vocación nómada y cosmopolita que nos da alas como el ave de nuestro mismo gentilicio.

Dice Don Felipe que el canario es un pueblo que se caracteriza por sus afanes de desarrollo y progreso, “una sociedad vinculada a la ciencia, a la investigación, a las ideas, a la innovación y al conocimiento, capaz de explicar y de transformar el mundo.” El rey no es nacionalista, no milita en el PNC, CC o Nueva Canarias, porque los reyes no militan en ningún partido, pero si eso lo dice un canario lo llaman chauvinista, que era lo más amable que le decían a los paisanos -últimamente, menos, también es verdad- cuando sacaban pecho y hacían alguna exaltación de las virtudes del paisito. Ese género de sospechas tuvo mucho predicamento en su día, era un bisbiseo muy común cuando alguien tomaba la palabra en público y alardeaba de canario, como hizo una vez Galdós en Madrid o hacía a menudo Nicolás Estévanez, hasta incomodar a Unamuno con su sombra del almendro.

Ya digo que el rey no es nacionalista, y por ello su discurso en esta primera visita oficial tiene la lectura de un ciudadano viajado que se manifiesta sin los viejos complejos insulares, que nos condenaban a la autocensura provinciana de negarnos todo merecimiento que denoten ínfulas de destacar. Sin embargo, entre esos perfiles de las islas de que hablaba al principio, es innegable la aportación canaria a la literatura en nuestra lengua, ya tanto por la obra de Silvestre de Balboa (Espejo de Paciencia, el célebre poema escrito en el siglo XVII, que inauguró las letras cubanas), que un día le traje de La Habana a Lázaro Santana, como por el citado Galdós, Guimerá, Viera y Clavijo, Iriarte…, hasta nuestro mítico Rimbaud, mi admirado coetáneo Félix Francisco Casanova, del que hoy anunciamos que se publican ahora en Madrid en 700 páginas sus obras completas en Demipage. Pero esta clase de medallas solo nos las puede poner un rey astrofísico, que, de paso, elogie el IAC y sus enormes telescopios que los árboles no nos dejan ver.

La visita real, que hoy prosigue en Tenerife, dejó, para mi gusto, otra sugerente observación de Don Felipe, cuando, ajeno por completo al debate que sostenemos sobre los cuadros de la Conquista del Parlamento y el genocidio guanche, no tuvo reparos en arropar la inteligencia natural de los aborígenes en sus cuevas de Risco Caído, donde la luz revela sus conocimientos en astronomías y calendarios de entonces, más de cinco siglos atrás. Aquel pueblo dejó en sus montañas sagradas de Artenara todo un legado de su cultura avanzada y aislada ajena al metal. Que el rey apadrinara la candidatura del yacimiento como Patrimonio de la Humanidad, de la Unesco, lo hace aún más sospechoso, por dejarse tentar en las honduras resbaladizas de la historia en unas islas que no se acaban de querer.

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