Sueños y más sueños

Llevo un montón de días soñando que voy a coger un avión en Sevilla y que llego tarde. Y sueño con compañeros de mi colegio mayor, el Fernando el Santo, donde estuve dos años, hasta que mi padre me fue a buscar porque no daba golpe y me había dedicado al dolce far niente, como un niño bonito

Llevo un montón de días soñando que voy a coger un avión en Sevilla y que llego tarde. Y sueño con compañeros de mi colegio mayor, el Fernando el Santo, donde estuve dos años, hasta que mi padre me fue a buscar porque no daba golpe y me había dedicado al dolce far niente, como un niño bonito. Me empeñé en ser médico, cuando mi vocación no estaba en las ciencias, sino en las letras. Y así me fue. Mi época sevillana transcurrió agridulce, porque después de cada juerga me remordía la conciencia y no era feliz en la resaca. Pero, en fin, recuerdo a Sevilla y a mis amigos y amigas sevillanos y no sevillanos con mucho cariño. Y el tiempo ha castigado mi vagancia de antaño con sueños constantes de que voy a coger el maldito avión, un DC-9 matrícula EC-BIO, de Iberia, que no sé si habrá existido o qué. En todo caso hay pesadillas inexplicables que tienen que ver con maletas que no son capaces de albergar toda la ropa que guardaba en el armario del colegio mayor y la he de dejar allí. Yo es que a la ropa le tengo mucho cariño. A pesar de mis esfuerzos, no llego al aeropuerto de San Pablo, bien porque se me avería el coche o porque no atino a meter la ropa en las maletas. Duermo poco, ya lo saben ustedes, y más por la mañana que por la noche. Y sueño siempre con las mismas cosas. Por ejemplo, con el kiosco llamado coloquialmente el coño de la Bernarda, que hoy, mucho más pulcro, se alza en los alrededores de la avenida Reina Mercedes, en donde cogíamos unos pedos tremendos que secábamos con bocadillos de mortadela. Podía seguirles contando, pero, ¿para qué? Allí conocí al domador de moscas.

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