“Mi única compañía son las ratas y sus mordiscos”

Makan Traoré representa el rostro de muchos de los inmigrantes que llegan a la Isla buscando una nueva vida y que se encuentran con una dura realidad que no les da tregua
Fotos: Fran Pallero

Comparte nombre y nacionalidad con el futbolista del PSG Makan Traoré, pero no su suerte. Este maliense, de ojos grandes y enormemente tristes, lleva media vida dando vueltas por un mundo en el que no parece encajar o en el que no le dejan encajar. Makan no es un santo, pero tampoco un demonio. Siempre se ha buscado la vida como ha podido, unas veces con más fortuna que otras, pero, desde hace dos años, esa leve luz que lo iluminaba se ha ido apagando. Vive en una cueva del barranco de Santos. “Mi única compañía son las ratas y sus mordiscos”, asegura este maliense que salió con 17 años de su país. Hace más de 10 años que no ve a su madre. Llegó a España en 1996 y lo hizo de la misma forma que hoy lo hacen miles de inmigrantes africanos, a través de Ceuta y Melilla. Entró en España de manera ilegal y su primera parada fue Barcelona. Asegura que se fue de Mali por miedo y por buscarse la vida lejos de la pobreza.

De Mali a Nigeria, de allí a Marruecos y después a Ceuta. Makan parece que nunca ha dejado de huir. De Barcelona a Madrid, de la capital a Valladolid, Albacete, un avión, y Tenerife. Aquí lleva ya 18 años. No sabe a ciencia cierta la edad que tiene, 47 o 48 años, solo sabe que salió con 17 de su Mali natal. Cuando se le pregunta en qué ha trabajado la lista es larga: mozo de almacén, peón de la construcción, jardinero, camarero o administrativo contable. Ahora está estudiando -bueno, estaba-. “Este año no he podido conseguir el dinero para el curso de Informática que estoy haciendo”, lamenta. Y es que Makan lleva dos años en esa cueva del barranco de Santos a la que llegó después de que perdiera la última casa en la que vivía, vivienda que había ocupado. La pintó, arregló puertas y ventanas, pero no fue suficiente. Los herederos de la propiedad la reclamaron y, en cuanto pudieron, cambiaron cerraduras y se quedó fuera. Makan asegura que la perdió por su exmujer. “Yo vivía allí y la recogí a ella y a su novio porque no tenían donde estar. Es la madre de mi hijo, no la podía dejar en la calle”, dice. Su exmujer, siempre según el relato de Makan, lo denunció por maltrato y un juez firmó una orden de alejamiento que lo ponía en la calle. Eso propició que los propietarios forzaran su marcha. La cueva fue su única opción.

Este hombre que siempre ha sabido buscarse la vida, está enfermo, lo dicen sus partes médicos, que enseña para demostrar a su interlocutor que no miente, que tiene esquizofrenia, trastorno de la personalidad o que ha abusado de sustancias tóxicas. También padece otras enfermedades que, en conjunto, le han puesto muy cuesta arriba la historia de su vida. El día que DIARIO DE AVISOS conversa con Makan, asegura que va a cenar tres manzanas. “Es lo que me han dado en una ONG, porque no tenían más”.

Cuando no tiene nada se va a los contenedores de basura. Si tiene suerte, puede conseguir una hamburguesa a medio comer o un trozo de pizza que ya nadie quiere o carne que no huele muy mal o fruta y verdura que no esté muy pasada. “Me he puesto enfermo muchas veces por comer alimentos que no estaban bien, pero no había otra cosa”, relata.

Makan es ilegal. Es una persona, pero es ilegal a ojos de la Administración. No tiene papeles, la oficina de extranjería lo está buscando para deportarlo. Está en esta situación desde 2013. Los partes médicos que corroboran su enfermedad, su falta de ingresos o sus condiciones de vida deberían ser suficientes para concederle un permiso por cuestiones humanitarias. Su consulado, el de Mali, no le responde. Makan dice que tendría que ir a Madrid para conseguir el pasaporte.

Cuando se le pregunta qué es lo que quiere, no dice dinero, ni comida, ni salud. “Quiero una casa para poder tener a mi hijo. Me lo quitaron porque vivo en una cueva”. Lo dice casi llorando. Una casa que, como explican desde Asuntos Sociales de Santa Cruz, no le pueden dar porque no tiene papeles. Desde el IMAS explican que casos como el de Makan son más habituales de lo que se puede pensar. “Sin papeles no pueden acceder a las ayudas de alquiler que, por ejemplo, concedemos”. Sin embargo, defienden que “personas como Makan tienen a su disposición todos los recursos para personas sin hogar. Tanto el alojamiento como las comidas que se ofrecen en el albergue o la atención de la Unidad Móvil de Asistencia (UMA), que está pendiente de ellos”. El Ayuntamiento insiste, es difícil pero se puede conseguir. “Personas como Makan están muy fuera del sistema, pero tenemos casos de éxitos, en los que después de dos años con intervención de la UMA, de los trabajadores sociales, hemos conseguido sacarlos de la calle”.

Cuando se le pregunta a Makan por qué no va al albergue, saca otra vez sus recetas y sus partes médicos, “estoy enfermo, no puedo estar en el albergue”. Cuando se le pregunta si las ONG no le ayudan con la comida, dice que no, que es negro y que por eso no le ayudan. Cuando se le pregunta si la UMA le ayuda, su cara es de resignación. “Vienen, pero ellos me quitaron a mi hijo”. De nuevo la emoción: “Llevo casi un año sin verlo”. Asegura Makan que él aún puede trabajar, no se escuda en su enfermedad e insiste: “Solo quiero un lugar digno para vivir y recuperar a mi hijo”.

Se lamenta de su mala suerte. “Me roban y me pegan. La gente cree que tengo dinero”. No tiene ingresos de ningún tipo, los medicamentos los consigue a través de ONG o de hacer “favores” a gente que luego le da dinero. Makan sentencia: “La pobreza es mi destino”.

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