Libertad y respeto

Una de las características del pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario, es el respeto a la libertad de las personas para expresarse y manifestarse de acuerdo con sus puntos de vistas siempre, claro está, que no ofendan sensibilidades de terceros o que supongan una incitación al odio o al delito.

Una de las características del pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario, es el respeto a la libertad de las personas para expresarse y manifestarse de acuerdo con sus puntos de vistas siempre, claro está, que no ofendan sensibilidades de terceros o que supongan una incitación al odio o al delito. Es decir, aunque no nos gusten las opiniones ajenas, tenemos que acostumbrarnos a respetarlas, salvo que ofendan a los demás o que inviten al odio o al delito. Hoy, sin embargo, la tolerancia intolerante, la caricatura de la tolerancia, goza de gran fuerza y cuenta con muchos amigos. No es infrecuente, más bien lo contrario, que desde diferentes terminales mediáticas se niegue categórica y sistemáticamente el derecho de expresar ideas que no coincidan con las propias. Tal situación se produce cuándo, además de silenciar lo que no es del gusto de la tecnoestructura dominante, se orquestan sutiles campañas de desprestigio hacia quienes se atreven a mantener puntos de vista diferentes, hacia quienes se atreven a desafiar el pensamiento conveniente o eficaz. Vivimos, es cierto, en un mundo en que el precio de la libertad es cada vez más alto a causa de la facilidad con la que la manipulación, pública o privada, mueve y dirige comportamientos, sentimientos y preferencias de los seres humanos. Pues bien, en este contexto, conviene recordar que el mito del Estado neutral patrocinado por Habermas, en cuya virtud el Estado debe limitarse a crear un marco político orientado a garantizar una igualdad de libertad y de justicia en el que todos puedan vivir sus propias convicciones y creencias, ha derivado en una actividad estatal de intervención directa en la que desde la cúpula se definen que ideas discriminan y cuáles no. Las que según el dictado estatal, o según los poderes dominantes, discriminan son intolerables y deben ser impedidas en cualquier forma. Es decir, para salvaguardar una sociedad tolerante, según esta peculiar construcción intelectual, es menester restringir las libertades de quienes tienen la mala fortuna de profesar convicciones intolerantes. Claro, al final y a la postre, es intolerante todo aquello que molesta o estorba a las tecnoestructuras, oficiales o privadas, para la consecución de sus fines. Entonces, en nombre de ese peculiar Estado neutral, se promueven unos valores, los de los que mandan, y se prohíben otros, fundamentalmente las convicciones y creencias de quienes son coherentes. La tolerancia, sin embargo, tiene su principio y su fin en la libertad.

En cambio, para quienes militan en la doctrina del Estado neutral, la tolerancia se concibe como un medio para conseguir una visión concreta de la sociedad buena y justa. Y cuándo es necesario que se promueva esa visión, la intolerancia, la que representan las ideas opuestas al pensamiento único, normalmente, deben ser arrumbadas, para lo cual no hay más que perseguir, desprestigiar, a veces hasta laminar todo lo que se interponga en el camino hacia la instauración del dogma de la neutralidad. Las consecuencias, a la vista.

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