Sueños y más sueños

Confieso que estoy interesado en los sueños, pero no en su interpretación sino en su narración. Les busco un poco de lógica, con menos suerte de la deseada

Confieso que estoy interesado en los sueños, pero no en su interpretación sino en su narración. Les busco un poco de lógica, con menos suerte de la deseada. Una vez me compré, paseando por La Laguna, un libro sobre sueños, pero el autor no dio una en el clavo. Ninguno de los narrados, ni por asomo, pasaron por mi cabeza en las pocas noches en las que duermo. En mis sueños, los personajes se mezclan. Aparezco acompañado de una persona que no es esa persona, sino otra. La confusión es tan tremebunda que ni yo mismo sé quién es quién en esos delirios. El otro día soñé, otra vez, que por un extraño error que yo no me atrevía a consultar con el mando, seguía haciendo el servicio militar. Creo que es un sueño común entre los que no tenemos el más mínimo espíritu militar. Los tenientes de entonces son generales ahora, incluso ya retirados, fíjense si ha pasado el tiempo. El otro día me encontré, en un paso de peatones, medio cojo, a José Luis, un soldado que me hacía la litera porque yo era incapaz de dejarla sin una arruga, como se empeñaba el sargento, un tipo chiquitito y con muy mala leche, del que nunca aprendí su nombre. La verdad es que siempre fui un señorito. El hombre que me consiguió permisos y “pases de pernocta” fue Luis Guiance, que le hacía favores a todo el mundo y que mandaba mucho en el Gobierno Militar. Y la persona que me trató como un señor en el cuartel fue mi compañero periodista Carlos Ramos Aspiroz, hoy coronel retirado y una bellísima persona. No llegó a general porque era demasiado bueno como militar y como deportista. Acabó su carrera en el Cesid (hoy, CNI) y ahora vive en La Orotava. El otro día me tomé un café con él.

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