Fue el más buscado, pero casi no lo atienden al entregarse

Ángel Cabrera y su familia terminaron pagando con creces las consecuencias de protagonizar el crimen más renombrado en las Islas
Ángel Cabrera, el Rubio, tras entregarse en 1989. DA

En su momento, el Rubio fue un personaje con ribetes de leyenda en Canarias gracias a la morbosa fascinación que en muchos provoca el mal. Pero lo cierto es que tanto Ángel Cabrera como su familia pagaron con creces su protagonismo en el secuestro del empresario grancanario Eufemiano Fuentes, con diferencia el suceso más relevante del Archipiélago desde que tuviera lugar, allá por 1976. Mientras Ángel iniciaba una fuga que duró lustros y que lo llevó a recorrer tierras lejanas, su familia pagó la frustración de las autoridades isleñas, a las que Madrid presionaba para que se resolviera un caso tan mediático.

Así las cosas, Juan y José Juan Cabrera, padre y hermano de el Rubio, fueron condenados en 1980 como cómplices del secuestro de Fuentes en un proceso donde se declaró en rebeldía a el Rubio. Por su parte, Rosario, hermana de Ángel y José Juan, denunció haber sido violada por un policía cuando se encontraba detenida en el calabozo de una comisaría.

Mientras se juzgaba a los suyos, la leyenda de el Rubio, alimentada por la crispación política de una época convulsa e incierta tras la muerte de Franco y el consiguiente final de la dictadura, crecía hasta límites insospechados. A pesar de que, en realidad, no estaba relacionado con el independentismo canario, incluso fue recibido por Antonio Cubillo en su exilio argelino, si bien el abogado descubrió pronto que Cabrera no era de fiar y rechazó su compañía.

Durante 13 largos años en los que hubo tiroteos durante los vanos intentos de capturarle, Cabrera estuvo huído de la Justicia española en un devenir que transcurrió por varios países europeos, africanos y americanos.

Hasta que no pudo más y se presentó en Gran Canaria con el ánimo de entregarse a la Justicia. Aunque su abogado intentó persuadirle de que lo mejor era negociar la entrega, el hartazgo de el Rubio era tal que un buen día se presentó en un juzgado. Cuenta la leyenda que la primera vez ni le hicieron caso, y acabó pidiéndole un cigarrillo al policía de la puerta para volver al día siguiente. Era agosto de 1989.

Al año siguiente fue condenado por la Audiencia Provincial a 12 años de prisión, si bien el Supremo elevó la pena a 34 años. Internado en El Salto del Negro salvo por un período que pasó en la prisión del Puerto de Santa María, se le concedió un permiso ya enfermo de una enfermedad mortal. Falleció en su Arucas natal.

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