“He dejado de creer que mi trabajo como reportero sirva para cambiar algo”

Gervasio Sánchez es un especialista en retratar el perfil de la guerra. Un hombre alegre que ha visto el lado más salvaje de la humanidad
Foto: Sergio Méndez

Gervasio Sánchez es un especialista en retratar el perfil de la guerra. Ha estado presente en los conflictos armados de América Latina, en la guerra del Golfo, en los conflictos en la antigua Yugoslavia, África y Asia. Es autor de numerosas publicaciones, como El Cerco de Sarajevo; Vidas minadas; Kosovo, crónica de la deportación o Niños de la guerra. Su trabajo ha sido ampliamente reconocido con una treintena de galardones, pero se presenta sencillo, humilde y optimista. Un hombre alegre que ha visto el lado más salvaje de la humanidad.

La guerra no es un espectáculo fue el título de su conferencia del pasado jueves en TEA Tenerife Espacio de las Artes…
“El objetivo de esa charla era demostrar que las guerras no duran un minuto en un telediario, ni 70 líneas en un texto o se guardan en una fotografía. Las guerras duran años y los que las sufren en su propia piel probablemente no las superen nunca. Es muy difícil que una persona que ha vivido la guerra pueda volver a la normalidad. La tendencia de los medios es la de publicar las imágenes más impactantes, sin reflexionar sobre ellas. Intento explicar que la guerra dura más que todo eso”.

-En ese sentido, ¿los periodistas lo podríamos hacer mejor?
“Tan solo basta que un periodista escriba sobre el terreno y no desde la redacción, que intente empatizar y entender lo que ocurre. La tendencia de los periodistas es ver la realidad a través de la pantalla del ordenador, por eso las historias de la guerra se cuentan de forma superficial, eso va en detrimento de la calidad periodística”.

-Ha fotografiado especialmente los conflictos en América Latina. ¿Hay alguno que le haya impactado sobre los demás?
“No suelo comparar unos conflictos con otros. He estado en América, en África, en Europa y en Asia. He cubierto conflictos muy alejados de mi cultura y he estado en otros donde la gente tenía los mismos gustos que tengo yo. En los Balcanes, por ejemplo, me encontré con mucha gente que escuchaba los mismos discos que yo; hablábamos un idioma distinto, pero teníamos una misma cultura. Al final, si comparas una guerra con otra, terminas dándote cuenta de que existen muertos de primera, segunda y tercera categoría. Los principales protagonistas siempre son los civiles que, en su mayoría, no tienen ni idea de por qué está su país en guerra. Estoy harto de preguntar a jóvenes y a adultos, y no saben contestarme. Y pienso que cada vez que estoy en una guerra hay gente haciendo negocios a miles de kilómetros”.

-Decía que después de una guerra la gente no puede volver a normalizar su vida. ¿Y usted, que ha vivido tantas detrás del objetivo, cómo hace para volver a la normalidad?
“Voy a los sitios voluntario, por lo tanto, yo voy el tiempo que quiero y al lugar que elijo. Cuando decido volver, el conflicto se queda allí y yo me olvido de él. No se puede comparar con la gente que vive allí y que padece toda la guerra sin saber por qué muere. Yo hago un trabajo especializado y arriesgado, pero un trabajo al fin y al cabo. Un trabajo en el que he visto morir a mis mejores amigos. Cuando ocurre algo así, es doloroso, pero piensas que el muerto podías haber sido tú. En una guerra cualquier persona es un objetivo. Por llevar una cámara no puedes creer que eres protagonista. Cuando ocurre algo así, solo puedes pensar en cuáles han sido los errores cometidos. En un conflicto armado, donde las balas vienen de aquí y de allá, o en una ciudad que está siendo bombardeada continuamente, cada paso que das es proclive a que te maten. Si sales a la calle te puede pasar algo grave. Entonces, tienes que tomar decisiones rápidas. Muchas veces, cuando estas en una zona de conflicto, es más valiente retroceder que avanzar”.

-Retroceder ahora es lo más valiente que puede hacer un periodista o un fotógrafo en Siria…
“En Siria está ocurriendo una cosa que no había ocurrido antes, o había ocurrido muy poco. Todos los periodistas que han intentado trabajar en Siria estaban en el punto de mira de los secuestradores, y de hecho, muchos han sido secuestrados. Cuando ves que secuestran a un amigo, que es un periodista serio, que ha trabajado en varios conflictos, te das cuenta de que ahí tú no puedes trabajar. Los secuestros de periodistas en Siria han bloqueado la cobertura”.

Foto: Sergio Méndez

-Cuando está en el lugar del conflicto, ¿es consciente de la importancia que tienen sus fotografías para entender la historia?
“Si tuviera 27 años, como tú, posiblemente pensaría que mi trabajo puede servir para algo, para cambiar el mundo de alguna manera, para que se tomen decisiones rotundas y se ponga fin a la guerra, pero con mi edad he dejado de creer que mi trabajo sirva para cambiar algo. Ni siquiera con las mejores de mis coberturas ha cambiado nada. Los que toman decisiones están muy alejados de lo que tú y yo pudiéramos pensar. En los altos cargos hay mucha gente sin atributos, descorazonadamente fría, que no siente. Con el paso de los años lo que intentas es salvaguardar tu propia conciencia y vivir bien contigo mismo. Pensar que tú hiciste lo mejor posible con tu trabajo”.

-¿Qué hacía usted cuando tenía 27 años?
“Hice un viaje de varios meses por China, acababa de cumplirlos. Luego fui a Tailandia, hice un reportaje muy interesante sobre los refugiados camboyanos en aquel país. Era 1987”.

-¿Cuándo cubre su primer conflicto armado?
“El primer conflicto fue en un viaje de turismo. Había ido con mis amigos del instituto a Turquía y nos cogió el golpe de Estado. Vimos los disparos, los carros de combate, los militares con las caras pintadas. En el 82 viajé a Israel, cuando los israelíes invadieron el Líbano y llegaron a las puertas de Beirut y se produjo la matanza de Sabra y Chatila, fue un momento de aprendizaje. Posteriormente, cuando acabé la carrera de periodismo, en el 84, viajé durante tres meses por México, Guatemala, El Salvador y Nicaragua, visitando los campos de batalla de los conflictos armados de Centroamérica”.

-¿Se puede medir la magnitud de una guerra?
“En Venezuela se habla de 70 muertos desde que empezaron las protestas. En El Salvador había cada día 70 muertos. Y un coche bomba de Siria deja entre 70 y100 muertos. Recuerdo pasear el día de la Madre por Colombia, cuando todavía estaban los carteles y los narcos, Escobar entre ellos, y ver un chorro de sangre impresionante por las calles. La magnitud de las tragedias siempre se acaban midiendo por el número de muertos, y yo, que he estado en varios conflictos, me he dado cuenta de que no es así. Cuando comencé en Centroamérica, creí que aquello era lo peor. Cuando fui a Los Balcanes dije, “esto sí que es peor”. Pero cuando llegué a Ruanda, me quedé con la boca abierta, tenía ante mí 350.000 tutsis que fueron asesinados con machetes, el utensilio del campesino, que fue usado para cortarle el cuello al otro. Al final, llegas a la conclusión de que no hace falta que haya armas de fuego cuando una sociedad está deseosa de matarse. Cuando todo se desmorona, el mismo cuchillo que usamos para cortar el jamón sirve para asesinar. Lo vemos en los últimos atentados terroristas, con un coche y un cuchillo han acabado con la vida de tantas personas”.

-¿Hay espacio para la paz dentro de la guerra?
“He trabajado mucho la foto de posguerra. Me gusta volver al país donde antes hubo un conflicto para retratarlo de nuevo. Te das cuenta de que la guerra no acaba cuando la Wikipedia lo dice. La guerra acaba cuando las consecuencias se superan. Que un gobierno y una guerrilla firmen la paz, como en el caso de Colombia, no significa que la guerra haya acabado. La guerra acabará cuando todos los desaparecidos aparezcan, cuando todas las minas se recojan del campo, que los desplazados puedan volver a sus casas, que todas las heridas se cierren. Mientras que ocurre esto, pueden pasar 30 o 40 años. Mira el caso de España. La Guerra Civil acabó en 1939, y hace unos días una mujer de 90 años iba a recoger los restos de su padre enterrado en una fosa común”.

-En su último trabajo narra el periplo de los refugiados rescatados por el Golfo Azzurro, frente a las costas de Libia. ¿Qué se encontró?
“Entré a formar parte de un proyecto que conocía desde hacía dos años. En mi labor vi cómo salían las pateras, cómo lanzaban a la gente al mar en barcas llenas con más de 200 personas, que si no eran recogidas podían morir. He visto miles de conflictos, pero no me podía imaginar la magnitud de esto. Me he quedado impresionado”.

-¿Cómo valora el papel de Europa en el caso de los refugiados?
“La Unión Europea es generadora de muertos, por eso es una vergüenza que se le haya otorgado el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. La Unión Europea es la principal exportadora de armas ligeras del mundo, desde aquí ponemos nuestro granito de arena para continuar con la guerra”.

Un reencuentro con las víctimas de las minas antipersona

Gervasio Sánchez trabaja en el proyecto Vidas minadas, en el que se reencuentra con una decena de personas víctimas de las minas antipersona, que fotografió cuando eran niños, para retomar su historia y volver a hablar sobre las consecuencias de la guerra.

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