al fin es lunes

¿Qué queremos decir cuando decimos censura?

Carmelo, el director, me ha pedido un favor a larga distancia. Debe estar mudándose de casa, de Duggi a Duggi, imagino, porque estos santacruceros no se van del lugar materno jamás, porque me pide que busque en mis diccionarios a ver qué demonios estamos diciendo cuando decimos censura

Carmelo, el director, me ha pedido un favor a larga distancia. Debe estar mudándose de casa, de Duggi a Duggi, imagino, porque estos santacruceros no se van del lugar materno jamás, porque me pide que busque en mis diccionarios a ver qué demonios estamos diciendo cuando decimos censura.

Cuando un periodista que dirige un periódico te hace un encargo así es que algo se quema en el monte. Y no le iba a preguntar qué se quema. Me lo imagino. En estos tiempos del deslenguamiento (palabra horrible, como patria, semáforo o ascensor, por imitar a Pablo Neruda) todo el mundo quiere decir, en los periódicos, lo que le da la gana, y los directores se sienten desbordados.

Debe ser que por eso me ha preguntado qué demonios se entiende por censura según los diccionarios. Es un encargo, me dijo, y yo me lo tomo como tal.

Pero a los directores de periódicos tú no les puedes decir que no cumples un encargo, pues esa es la esencia del periodismo y de la tarea de la dirección de un periódico: que otro te haga el trabajo; el director supervisa, y dirige, los demás han de mostrarle el material, y espera que éste le llegue impoluto.

Por ejemplo, al director tú no le puedes dar gato por liebre. Es decir, no lo puedes engañar con datos que él mismo tendría que comprobar; no le puedes poner en la tesitura de desconfiar de ti, porque entonces ya desconfiaría para siempre. Y, sobre todo, tú no puedes pasarle un texto que él tendría que revisar hasta con las leyes en la mano. Un periodista, incluso un colaborador externo de un periódico, tiene que cuidar todos los elementos de su texto hasta las últimas consecuencias. Y, si no lo hace, el director estaría legitimado para no publicar lo que recibe, venga de Dios o de Kapuscinski. Por decirlo en el román paladino, el director puede vetar un artículo del Obispo de la Diócesis, del presidente del Gobierno y hasta de sí mismo, es decir, del director que nació y vive en Duggi. Y eso no es censura: es dirigir un periódico.

Eso le dije a Carmelo Rivero cuando me hizo esa peregrina pregunta sobre lo que significa hoy la censura.

Un poco enfadado por el carácter prolijo de mi respuesta, Carmelo me instó a buscar en los diccionarios, y sobre todo en los diccionarios de Periodismo. “Tú que tantos libros tienes, ¿por qué me hurtas esos conocimientos?”. No se me ocurrió explicarle lo que me pasaba, pues temí que considerara esa respuesta una declaración insumisa. Así que simulé una definición.

Claro, no podía explicarle que estaba en un aeropuerto, yendo de Miami a los cayos, tras la huella de Humphrey Bogart, de Lauren Bacall y de mí mismo cuando fui feliz, de modo que no llevaba conmigo sino novelas de Raymond Chandler y un libro inmortal y bello, del mismo Chandler: El hermoso oficio de escribir. Así que no llevaba diccionarios de ninguna clase, ni libros de periodismo ni nada. ¡Me iba a descansar!

Así que decidí improvisar una definición que dejara tranquilo al inquietísimo director. Le dije, por escrito:

“Censurar es publicar lo que no se debe saber”. Y luego le dije: “En la sociedad contemporánea ya no se puede decir, con propiedad, la palabra censurar, pues ésta ha sido manipulada por los que creen que cualquier cosa, insultos, medias verdades, falsedades o mentiras, se pueden decir impunemente. Así que yo huiría como de la peste de la palabra censura, que es patrimonio de los aprovechados”.
No sé qué diría Carmelo, porque yo tomé el avión en seguida que se me acabó el wifi. Ni sé qué habrá hecho con el texto que debía tenerle la cabeza tan loca como para pedirme claridad sobre el término censura.

Ah, tampoco me ha dicho si me puedo tomar el mes de agosto como un modo de veraneo o autocensura.

TE PUEDE INTERESAR