en la frontera

La defensa de la libertad

El día 13 de julio falleció, víctima de un cáncer terminal, Liu Xiaobo, premio Nobel chino privado durante largo tiempo de libertad por expresar en público sencillamente lo que mucha gente piensa, pero no se atreve a proclamar a los cuatro vientos.

Liu Xiaobo fue un conocido disidente chino que estaba detenido por ser uno de los autores de un manifiesto contra el partido comunista del gigante asiático en el que tuvo la ocurrencia de pedir reformas democráticas en uno de los países donde más se agrede la libertad de las personas. Es verdad que los chinos que están fuera del país se solidarizaron con la causa de Xiaobo y que EE.UU. y la UE solicitaron repetidas veces su liberación, aunque más bien como testimonio retórico que como causa permanente.

El problema de las libertades en China, como en Cuba o en Corea del Norte, por ejemplo, es una cuestión de dimensión mundial que requiere de mayor fortaleza y más energía por parte de los países libres. Es sabido que China tiene intereses económicos en buena parte de los países occidentales, hasta el punto de disponer de mayorías accionariales en numerosas multinacionales de nuestro entorno cultural. Por eso en Europa y en EE.UU. las censuras son suaves, coyunturales. Una simple denuncia en el ámbito de lo políticamente correcto y ya está. En este mundo global se valora más el interés económico que el ejercicio real de la libertad.

Este panorama, ahora tras la muerte de Liu Xiaobo, debería empezar a cambiar, aunque sea poco a poco. Algunos dicen que la libertad económica, incipiente en China, traerá consigo la libertad civil y política. Es probable que así sea, siempre que el régimen pueda transformarse desde su interior. Algo todavía bien complejo, porque la iniciativa privada que tolera el régimen es un inteligente mecanismo de financiación de las élites elegidas por el PC que alimentan a la nomenclatura y mantienen el sistema.

Desde luego que llama la atención el profundo miedo que existe a denunciar estas situaciones. Sin embargo, las libertades, allí donde estén en peligro, deben seguir siendo objeto de lucha pacífica, pero constante, de las organizaciones globales. Si no sirven para que en el mundo vivamos todos los seres humanos en un ambiente de libertad solidaria, ¿para qué están? ¿Para entretener a legiones de funcionarios internacionales? ¿Para hacernos creer que hay un orden mundial lleno de armonía y concordia?

La muerte de Xiaobo debiera reabrir de nuevo el espíritu de la lucha pacífica por las libertades, también en los países en los que existen sólo formalmente. La libertad se conquista personalmente si el ambiente reinante permite su ejercicio. Si resulta que la legislación o el gobierno no hacen más que obstaculizar o impedir la libertad para determinados colectivos o personas, entonces también habría que ondear esta bandera aunque se nos prometa, por activa, pasiva y perifrástica, que estamos en un espacio de permanente y progresiva extensión de las libertades. La lucha de Xiaobo, desde luego, no será en vano. Es la semilla del cambio que todos añoramos.

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