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Bolardos y pollardos

En mi colegio mayor de Sevilla había un tipo insoportable llamado Juan Miguel, a quienes sus condiscípulos pusimos el nombrete de “el pollardo”, precisamente por lo pollaboba e insoportable que era

En mi colegio mayor de Sevilla había un tipo insoportable llamado Juan Miguel, a quienes sus condiscípulos pusimos el nombrete de “el pollardo”, precisamente por lo pollaboba e insoportable que era. Ahora, con los atentados terroristas, están de moda los bolardos, llamados así esos obstáculos que se colocan en los accesos a las zonas ciudadanas concurridas para que los malos no puedan atropellarnos con sus furgonas, alquiladas o robadas. Los alcaldes han visto un filón en esto, para promocionarse, y el otro día escuché en la radio a varios munícipes hablar de los bolardos, móviles o fijos, porque ahora los ediles se especializan en bolardos, cuando tantas veces han sido bolardos en sí mismos, paralizando tantas iniciativas que valían la pena en sus municipios. Los alcaldes son los jefes de seguridad de los pueblos y ahora ya no hablan sino de bolardos, como nosotros, de jóvenes, hablábamos de aquel pollardo en los tiempos de estudiante. La seguridad no tiene precio, pero no vayamos a llenar ahora todo de bolardos, para que unos cuantos se pongan las botas fabricándolos.

Esos bloques de hormigón de las autopistas no serán tan estéticos, pero si hay que levantar pequeñas murallas, de esas que vemos en las carreteras, para preservar nuestra seguridad, yo las prefiero. Porque los maceteros y otros ornamentos no serán tan eficaces como los bloques de hormigón, bien pegados al suelo, que frenen las furgonas y detengan la actuación de los asesinos yihadistas. Este es un país de muletillas y ahora todo el mundo habla de bolardos, como nosotros, en tiempos, hablábamos de “el pollardo”, que no sé qué rumbo habrá tomado y la verdad es que no me importa. Les quería contar esto porque no hay emisora que yo oiga -en realidad, sólo escucho la COPE- que no hable de los putos bolardos, que tenían que haber estado en las ramblas de Barcelona, como aconsejó la Guardia Civil. Y no estaban, los habían quitado.

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