domingo cristiano

Dios no es la vieja del visillo

Una de las contradicciones más impertinentes y destructivas para la vida de la Iglesia es ésta: todos saldríamos ganando al aceptar que Dios es por encima de todo el Padre de las misericordias, pero se impone tozudamente la imagen de un Dios aferrado a su báculo justiciero

Una de las contradicciones más impertinentes y destructivas para la vida de la Iglesia es ésta: todos saldríamos ganando al aceptar que Dios es por encima de todo el Padre de las misericordias, pero se impone tozudamente la imagen de un Dios aferrado a su báculo justiciero. Esa idea está arraigada en el imaginario colectivo y personal, aunque justifiquemos a este especie de dios que ha mutado en la vieja del visillo con imágenes de un padre que espía y castiga a sus hijos por su bien, para que maduren.

Insisto en algo que ya he escrito: la responsabilidad de los creyentes que peregrinamos en este momento de la Historia está escrita en los signos de los tiempos de forma cristalina. Los dolores de la Humanidad, el devenir de la Iglesia, el fracaso de las salvaciones laicas… todo nos está convocando a responder alencargo de hablar alto y claro: Dios no sabe castigar, sólo sabe amar; la vida, con sus inevitablespadecimientos, es una oportunidad de la que Dios se sirve para abrir de par en par sus entrañas y exhibir su misericordia, para acoger sin preguntas, para llamar a todos, para reconstruir -o al menos reparar- lo que ya olía a muerto. Lo objetivamente desordenado, que dirán los expertos.

No es una cuestión de elegir el dios que más nos conviene, respondo a quienes todavía no me han preguntado. Es la necesidad de atender a una prioridad: entre las mil imágenes y consideraciones sobre nuestra fe, éste el tiempo de contar a otros y de contarnos a nosotros que todo es secundario comparado con la experiencia del amor incondicional de Dios. Los artificios catequéticos, la pedagogía gradual que Dios ha usado en la Historia para revelarse, el peso de los siglos… todo está el servicio del acontecimiento central de la fe en el Padre de nuestro Señor Jesucristo: Dios es amor.

Si tan claro está, ¿por qué hemos llegado hasta aquí? Creo que fue muy aguda la sonada reflexión del profesor Giulio Cirignano en el periódico del Vaticano: “Sin generalizar, el mayor obstáculo para la conversión que Francisco quiere dar a la Iglesia se debe a una gran parte del clero”. Destaca a quienes entre ellos “han abandonado el deseo de pensar” y no ejercen “un mínimo de sentido crítico”. Así las cosas, los esquemas se repiten, las costumbres pasan de generación en generación de sacerdotes sin ser repensadas.

Pero no sólo los consagrados. Creo que también tiene mucho que ver el hecho de que hayamos permitido que hombres y mujeres cuyo equilibrio psicológico y emocional es más que dudoso ocupen puestos de responsabilidad y decisión en la comunidad. No lo digo por un ataque de psicologismo, sino porque es una verdad irrefutable que cuando alguien no sabe amar, no se siente amado, no se quiere sentir amado, no se ha ensuciado con el barro del mundo, no ha levantado a nadie con sus propias manos… cuando alguien compensa sus carencias con cargos, nombramientos o estudios, cuando no se pregunta nunca por su propia consistencia sino que vive de enjuiciar la de los demás… Cuando alguien así marca la pauta, teológica y pastoral, nos conduce a sus caminos, no a los de Dios.

Es un síntoma de enfermedad preferir el juicio al abrazo incondicional. Y sin embargo ése es el refugio de los que viven a medias, con miedo a sí mismos. Aunque para ello haya que violentar el mensaje del Evangelio. Más allá de responsabilidades y explicaciones, es el tiempo de anunciar el verdadero rostro de Dios, que es la única medicina capaz de devolver la confianza a un hombre que ya no espera nada de sí mismo y hasta teme la salida del sol en lugar de celebrarla.

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