reflexiÓn

Empezando siempre de nuevo

Todo está siempre cambiando. Hasta lo aparentemente más sólido se gasta, se deteriora, se modifica. Hoy las pirámides de Egipto son algo más pequeñas que el año pasado...

Todo está siempre cambiando. Hasta lo aparentemente más sólido se gasta, se deteriora, se modifica. Hoy las pirámides de Egipto son algo más pequeñas que el año pasado… Todo está en permanente cambio, aunque mantenga el vínculo con el pasado. Mucho más cuando tratamos de entender la naturaleza humana, que no es estática, pétrea…, fija. El ser humana está siempre en permanente desarrollo. La comprensión de la naturaleza como una realidad estática es solo posible en el ámbito de la reflexión teórica, para entendernos, pero en la concreción de la existencia, somos permanen-temente dinámicos. No estamos concluidos del todo nunca. De tal modo que existen psicólogos que en lugar de madurez, hablan de maduración. Siempre estamos recomenzando.

Estamos comenzando un nuevo curso. Estrenamos espacios, proyectos, trabajos… Comenzar es ilu-sionarte. Mucho más cuando la fe nos asegura que lo mejor está aún por llegar. Nadie está perdido del todo. Siempre es posible conjugar la esperanza. La justicia no es incompatible con la misericordia y el perdón. Esta es la buena noticia.

Pero se puede comenzar dormidos o despiertos. Podemos comenzar con la inconsciencia de la iner-cia o con la capacidad contemplativa de protagonizar cada comienzo. Disfrutar de cada inicio, en-trelazando la esperanza y la fidelidad. Porque, por inevitable que creamos sufrirlo, siempre estamos empezando de nuevo.

No importa la edad que tengamos. Nunca es demasiado tarde. Que la muerte nos encuentre prota-gonizando el cambio y el progreso, será una suerte. Eliminemos de nuestro lenguaje la pesimista expresión “yo ya…”, y conjugamos siempre, y en mayúscula, “YO SÍ…”. Yo sí quiero comenzar siempre de nuevo.

Esta es la singular frontera entre la resignación y la conversión. Entre el pesimismo y la esperanza. Nunca es tarde, nunca es mucho, nunca está todo perdido. Hoy puede ser el primer día del resto de nuestras vidas. Y nadie dispone de la certeza absoluta que le garantice la inutilidad de cualquier cambio. Somos más profetas que arqueólogos. Tenemos los ojos en la cara, no en la espalda.
Comencemos, pues, de nuevo…

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